Cambio de temporada: Los periodistas que cubren el Congreso pueden tomarse vacaciones; los de La Moneda languidecerán, mientras sus colegas de tribunales andarán más ocupados que nunca.
No se trata solo de febrero, la tendencia es anterior y se intensificará: una fuente principal de la noticia está y estará en los órganos llamados a investigar y a sancionar ilícitos.
Son las instituciones que funcionan. El Servicio de Impuestos Internos, la Fiscalía Nacional Económica y las superintendencias muestran musculatura y eficacia en detectar ilícitos e investigarlos, haciendo imperioso revisar el régimen de sanciones, a veces injustificablemente leves, al punto que la ciudadanía percibe algunas de las que se aplican como impunidad y su capacidad disuasiva queda en entredicho. Hasta el Ministerio Público muestra en estos casos de alta atención pública una eficacia que contrasta con su deficiente actuar en los delitos más comunes.
Los casos generalizan una percepción de políticos y empresarios como abusadores. Hay en esta crítica que se expande por redes sociales un maniqueísmo y una ingenuidad peligrosos. Nosotros los buenos, ellos los malos, como si nosotros, puestos en situaciones de poder y opacidad, fuéramos a comportarnos como ángeles. La cosa se desvía al plano ético, en vez del institucional y normativo en el que los mortales, ángeles caídos todos, debiéramos situarlo.
El poder seguirá existiendo, tanto político como económico, y no encontraremos a ángeles para habitar esas moradas, aun cuando los que pretenden llegar a esos lugares se vistan beatíficamente, a través de la propaganda comercial y de la promesa política, con alas angelicales para tratar de ganar nuestra confianza. Solo queda entonces intervenir en la opacidad. Entre menos oscuridad haya, menos impunidad habrá; entre más sanciones, más miedo; entre más miedo, mejor nos comportaremos.
El problema político no son entonces los casos que escandalizan, sino los bolsones de opacidad. Aquellos son parte de la solución; estos el caldo de cultivo de nuevos abusos.
Un programa político responsable no puede dejar de hacerse cargo de estos bolsones oscuros, pues allí radican los riesgos más serios de nuestra gobernabilidad, de nuestro desarrollo económico y de nuestro aprecio por la democracia. ¿Dónde están los sectores opacos? Esa es la pregunta más acuciante de la política. Ojalá hubiera comisiones investigadoras para determinarlos. Serían ciertamente más útiles que aquellas que remedan las investigaciones sin alcanzar ya publicidad ni menos resultados.
Entre las más evidentes áreas opacas están las menos reguladas: el financiamiento de la política; el mercado de la educación superior y el de la salud privada. Hacerse cargo de ellas y de sus similares es tarea de la política.
La desigualdad tiene muchas facetas. El abuso de poder es probablemente la más injusta y la que más indigna y horada la convivencia. Una coalición que centra su programa y su popularidad en la promesa de mayor igualdad debe poner su foco en el abuso. No para comentarlo, no para denostarlo y condenarlo, sino para fijar reglas capaces de prevenirlo. Para ello, lo que sirve es un sistema de fiscalización vigoroso y de sanciones proporcionales al daño y eficaces. Meter miedo sirve mucho más que criticar con sermones escandalizados. Nadie cree que el que critica sea mejor que el criticado.
Es el mensaje desde las instituciones de la justicia hacia la política. Ojalá se oiga fuerte y se atienda bien y a tiempo.