En 1993, y gracias a la bodega Carpe Diem, los chilenos pudimos probar el primer syrah varietal -y con intenciones comerciales- en Chile. Puede que haya habido otros de más viejos viñedos (hay reportes de tales viñas) pero el hecho es que, etiquetado como tal, Carpe Diem fue el primero.
Dos años más tarde, en 1995, Errázuriz apretó el acelerador desde sus jóvenes viñedos de syrah en Aconcagua, transmitiendo el mensaje de la cepa ya a niveles mucho más masivos. Por casi diez años, la idea de que el syrah debía venir de clima cálido (como el de la zona intermedia de Aconcagua) fue la norma. Allí estaban los exitosos ejemplos de los calientes suelos rojos de Barossa, en Australia; los syrah más aplaudidos por esos años.
Pero claro que las cosas cambian. Y el syrah vaya que ha mudado en tan poco tiempo en los territorios del Nuevo Mundo. Ya desde mediados de los años 90, se comenzó a hablar de otro nivel en syrah; muestras de climas más frescos, de aromas y sabores menos golosos, alejados por leguas de las notas a mermelada de moras a la que la cepa nos tenía acostumbrados en Chile. Ojo: nada contra eso. El punto es que uno probaba un syrah de Australia, otro de Estados Unidos y otro de Chile y todos eran iguales.
A partir de ese momento, los productores comenzaron a atreverse con una cepa que se da tan bien en los cálidos planos de Colchagua como muy cerca del mar. Un ejemplo pionero fue el EQ de Matetic cosecha 2001, que con parras recién plantadas un par de años antes sobre los suelos arcillosos y graníticos de San Antonio logró impresionarnos con una cara de la cepa que no conocíamos. Y desde ahí, todo se transformó. Pero el caso es que no necesariamente las cosas han ido tan bien como uno podría esperar.
Y eso es porque durante fines de los 90 y gran parte de la primera década de 2000, los syrah australianos pasaron de una moda a una invasión, lo que en términos concretos significa que inundaron el mercado mundial con sus sabores súper dulces y sus texturas súper híper aterciopeladas. Tintos fáciles como un best seller, que no dejaron espacio para que la cepa mostrara otras facetas. Fue una moda que se transformó rápidamente en una epidemia, hasta el punto en que hoy solo aquellos syrah muy específicos (a mi cabeza se vienen de inmediato las mezclas de Wendouree, en el valle de Claire, en Australia) lograron o logran llamar la atención. Los demás, solo tintitos dulzones bajo los 10 dólares, millones de litros de jugo dulce que, no importa de dónde, sabían más o menos a lo mismo. Y eso "mismo" terminó por cansar al mercado. ¿Resultado? La oferta comiéndose a pedazos a la demanda hasta dejarla hostigada.
Es en ese escenario en donde el syrah costero chileno comienza a florecer. Pero, en el mercado mundial, casi no se siente. Ya hastiado incluso de la palabra "syrah", se convierten en vinos difíciles de vender, pesadillas para los gerentes de exportaciones. Por mucho que mi syrah nazca a la orilla de la playa, el mercado no lo entiende. O lo que es peor, no le interesa. Nada de él.
Independiente de ese panorama oscuro, hoy en Chile se hacen mejores syrah que nunca, y la mayor parte de ellos viene de zonas frías y costeras. Es allí en donde la fruta dulce y algo invasiva de climas cálidos se transforma en aromas y sabores más frescos, en texturas más tensas, más crujientes, acidez más alta en tintos que se beben más fácil.
Pero ojo también que las ambiciones son mayores. Se suele escuchar que algunos de estos vinos tienen ese lado mineral del norte del Ródano (el gran ejemplo para el syrah en el mundo) o los aromas cárnicos (sí, tal como suena) que tanto aman los fanáticos de la cepa. Poco a poco eso se logra, pero aún estamos lejos. Como en cualquier otra uva, el tema no solo es el clima, sino que además el suelo y la experiencia de quien lo produce.
El futuro, sin embargo, es brillante. No habrá mucho mercado para el syrah, pero yo que ustedes probaba algunos de estas dos listas. El Miramar de Casa Marín es una delicia; el nuevo Aconcagua Costa de Errázuriz, nacido muy cerca del mar, es otro que tienen que tener en cuenta, como también muchos ejemplos de Casablanca, San Antonio y hasta en Limarí. Aunque los augurios comerciales no sean los mejores, que hay ricos syrah en Chile no cabe duda.