Por estos días, en que se cuestiona la selección en los liceos de excelencia, quisiera compartir mi experiencia personal.

Estudié mi enseñanza media en la "Escuela Experimental José Miguel Carrera", un liceo que dependía de la Universidad Santa María. "La Experimental" podía desarrollar programas propios de enseñanza. Así, en primero medio, en vez de dormitar con el Mío Cid, leíamos de veras a Bradbury; en vez de tener inglés y francés para terminar ignorantes de lo uno y lo otro, nosotros solo teníamos inglés, pero acabábamos leyendo y escribiendo ese idioma. El énfasis estaba en matemáticas y ciencias y conocimos la física y la química en directo: trabajando en el laboratorio. Nuestros puntajes en la Prueba de Aptitud Académica eran los más altos de la Quinta Región. Cabe anotar aquí que por fortuna nunca tuvimos que ir a un "preuniversitario", ya que por esos años aún los expertos en inclusión no inventaban la PSU.

Crecimos en una auténtica diversidad social. Compartíamos quienes veníamos de colegios como el Alemán, el Francés o el Seminario San Rafael, con otros -la mayoría- que provenían de escuelas públicas de toda la región. Fui testigo de múltiples casos de compañeros míos que, proviniendo de sectores sociales muy modestos, labraron posteriormente exitosas carreras profesionales. Dicho sea de paso, ese logro formidable, un "sueño chileno", no requirió después de universidad gratuita: bastó con la buena formación en la media; el esfuerzo personal hizo el resto.

Desde luego, un colegio como ese, donde la demanda superaba ampliamente los cupos, debía tener un sistema de selección. En lo principal, se trataba de un test de habilidades abstractas, que se parecía mucho a una prueba de inteligencia. De ese modo, la selección permitía que entrasen alumnos de origen social muy diverso porque la inteligencia, dentro de cierto rango, no admite privilegios de origen. Completaba ello un sistema de pago en función del ingreso, que junto con el mecanismo de selección, explica la insólita diversidad social en que me eduqué.

La lección es obvia: inclusión y excelencia son posibles, pero, en un contexto de recursos escasos, la selección es ineludible. Y si de selección se trata, aquella por habilidades intelectuales innatas resulta ser más inclusiva que cualquier otra: no es una teoría, yo lo viví. Como los recursos para educación seguirán siendo escasos, porque el recaudo de la reforma tributaria, cual botín, ya se agota en meras transferencias, el corolario es evidente: los liceos de excelencia seguirán siendo unos pocos y por lo mismo precisarán de mecanismos de selección, por su propia sobrevivencia. Para quienes tuvimos la fortuna de ver cómo un colegio de excelencia les cambió la vida a compañeros de curso que vivían bajo la línea de pobreza, la frivolidad con que hoy se juega con los pocos espacios que aún quedan para nuestro "sueño chileno" resulta estremecedora, ocupando la más gentil de las calificaciones.

Jorge Quiroz
Economista