Señor Director:
"Humor" es la última palabra de la
columna de la semana pasada de don Carlos Peña, referida al Papa Francisco. Han sido innumerables las expresiones aparecidas en los medios de comunicación, presentando sus posturas a favor de la libertad de expresión, de sus límites en la honra de las personas, así como las condenas unánimes en contra de todo tipo de violencia injusta, sobre todo aquella que deriva del terrorismo amparado en principios religiosos. Sí, como aquella violencia que acabó con la vida de diecisiete personas en París (y que muchos llamaron masacre), o como aquella bestialidad que, en la misma semana del atentado a Charlie Hebdo, acabó con la vida de más de dos mil personas en la ciudad nigeriana de Baga (que pocos llamaron masacre y de la que muchos ni siquiera se enteraron). Y qué decir de la destrucción de tantos templos cristianos, dispensarios, escuelas y otros servicios en ciertas latitudes de África.
Ha sido bueno que todos hayan podido ejercer su derecho natural para emitir libremente sus opiniones. Pero es complicado cuando ciertas opiniones se basan en caricaturas que desdibujan los hechos y terminan manipulando la realidad.
Texto sin contexto sirve de pretexto, y la libertad de expresión no se logra fundamentar ni defender a partir de falacias. Carlos Peña se expresa libremente, en su tribuna dominical y en sus cartas aclaratorias y reivindicatorias durante la semana. ¡Qué bueno que pueda expresarse! Sin embargo, su discurso ignora tanto las palabras con que el Papa Francisco condenó los hechos trágicos acaecidos en París como su reflexión acerca de la libertad de expresión. Así, forzadamente, descontextualizando, se centra en palabras del Papa Francisco en diálogo con periodistas en el avión de regreso a Roma que, con verdadero sentido gráfico y en su usual lenguaje sencillo, expresó una realidad habitual: cuando la sátira degenera en insulto puede engendrar violencia. Y lamentablemente la produce.
Con una reflexión complicada, Carlos Peña mezcla premisas y falsedades que no se siguen, como que el Papa Francisco quiere blindar la religión de la crítica o de cuestionamientos y, de paso, le endosa la pretensión de querer acallar el humor del horizonte de la cultura humana. Finalmente, su discurso termina enarbolando el fenómeno del humor como forma de crítica que, simultánea pero paradójicamente, resiste dos características irreconciliables: el ser feroz y pacífico. ¿Lógico y humorístico?
Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla