Situémonos a veinte años. ¿Qué será recordado de 2014? ¿La reforma tributaria? ¿El incendio de Valparaíso? ¿Los proyectos dirigidos a des-mercantilizar la educación? ¿Los cien años de Nicanor Parra? ¿La fragmentación de la centroderecha? ¿La desaceleración económica? ¿La baja de popularidad del Gobierno? ¿La demanda boliviana? La lista podría seguir, pero estimo que ninguno de estos eventos pondrá el sello al año que termina. Cuando se le mire con la perspectiva que brinda el tiempo, me temo que lo más recordado serán los escándalos que este año han volteado a iconos del mundo empresarial.
Insistir en que son hechos aislados, o que revelan exclusivamente fallas morales de los sujetos sancionados, y no fallas culturales o institucionales más generales, es como tapar el sol con la mano. La última fue la sanción del órgano regulador estadounidense a una prominente figura de los negocios, acusada de usar en su beneficio información privilegiada, que se suma a otras sanciones que pusieron en entredicho a destacados inversionistas, empresarios y ejecutivos de la plaza.
¿Acaso en 2014 se produjeron más vulneraciones a las normas que regulan el sistema de empresa y de mercado? No, probablemente no. Desde hace años la tendencia va en la dirección contraria -esto es, hay menos, no más casos-, lo que no obedece a una súbita y espontánea elevación de la conciencia moral de los actores económicos, sino al hecho de que la cultura del país, así como sus instituciones, se han vuelto más estrictas ante conductas que en el pasado eran toleradas, sobre todo si quienes las realizaban estaban rodeados de ese halo sanitizador que provee la reputación social y/o el éxito económico. Esto ha significado que actuaciones que hasta no hace mucho eran juzgadas como normales, o cuanto más como transgresiones más próximas a la astucia que al pecado, ahora son juzgadas como desvergonzadas.
¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí? ¿Por qué otros que han hecho lo mismo, y por largo tiempo, se pasean libres de polvo y paja y me evitan mirándome de reojo desde un plano de superioridad moral?
Son preguntas perfectamente válidas. Podrán alegar que tuvieron mala suerte, lo que en parte es verdad. Pero lo principal está en que la pulsión por la transgresión y un sentimiento atávico de inmunidad les llevó a no percibir que aquel halo que los protegía de toda sospecha o afán inquisidor había perdido su eficacia.
El daño que estos hechos han infligido a la legitimidad del capitalismo es gigantesco. Porque cuando es un episodio, se puede decir que se trata de un caso aislado; una anomalía; algo que no involucra al sistema como tal. Pero cuando el número ya es elevado, y estallan en un lapso breve siguiendo un patrón bastante similar, ya no se puede tratar como algo excepcional: es mejor encararlo como epidemia. Para el horóscopo chino el que se acaba fue el "año del caballo". Un animal brioso, agudo, orgulloso, que la mitología asocia al heroísmo y al salvador. El que se inicia ahora es el "año de la oveja", un animal cauto, circunspecto, limpio. Para el cristianismo la oveja es el símbolo de la humildad y la mansedumbre, que son las virtudes de quienes "recibirán la tierra por heredad".
La superioridad del capitalismo radica en su capacidad de renovarse a partir de sus crisis y de los reproches de los que es objeto. Así lo hará, seguramente, después de un annus horribilis . Para lograrlo, sin embargo, lo probable es que sea preferible dejar atrás el orgullo y tomar el 2015 con la generosidad y mansedumbre de la oveja.