En marzo de 1995 se perpetró el peor atentado terrorista que ha conocido Japón: miembros seleccionados de la secta Aum, un grupo fundamentalista cuyos principios son una mezcla de budismo, ascesis, heroísmo, desprecio por la vida y ciertos valores ancestrales, desparramó gas sarín en el metro de Tokio, causando la muerte de 12 personas, así como lesiones, enfermedades gravísimas y otras secuelas, algunas de las cuales persisten hasta el día de hoy, en miles de hombres y mujeres inocentes. Haruki Murakami no era entonces tan conocido como hoy, pero ese atroz asesinato masivo le afectó tan intensamente que decidió escribir Underground , dejando un testimonio colectivo de los hechos mediante unas 60 entrevistas, que comenzó a efectuar en 1996 y que se publicaron en forma de libro en 1997. En consecuencia, este título, recién traducido al español, es anterior al conjunto de novelas y cuentos que han dado fama universal a Murakami - Tokio blues , Kafka en la orilla , Baila, baila, baila - y tampoco puede juzgársele en términos estrictamente literarios, pues el propio autor opta por reproducir los hechos tal como le fueron contados, en lo que, si queremos caer en la manía clasificatoria, vendría siendo un reportaje en profundidad. Aun así, ¡vaya qué profundidad se desprende de las páginas de Underground!
Han transcurrido 20 años desde esa masacre y es posible que, dados los incalculables avances tecnológicos que se producen a diario, algunos capítulos o determinadas páginas de este enorme y formidable recuento nos parezcan un tanto remotos. No hay tal. Las dificultades que presenta Underground son otras y se derivan de la vasta cantidad de víctimas que entregan su versión de los sucesos, con nombres absolutamente imposibles de retener para un lector occidental, la ilimitada nómina de prefecturas, barrios, calles de la que debe ser la ciudad más grande del planeta y, sobre todo, la descripción de las líneas, las estaciones, los andenes, los itinerarios del ferrocarril subterráneo de la capital japonesa, de modo que, desde el comienzo, tenemos que renunciar por completo a memorizar cualquiera de estos lugares, contentándonos con seguir adelante para comprender la magnitud del desastre que causó un grupo de orates de la élite intelectual, sin propósitos claros y con la única atenuante de que el líder de la pandilla de fanáticos, Shoko Asahara, les había lavado el cerebro a todos. Otro inconveniente surge ante la similitud de los dichos de unos y otros, un tanto engañosa, porque siempre se trata de individuos únicos, cada uno con sus propias idiosincrasias, si bien es inevitable un grado de revoltijo, debido a que resulta impracticable no confundirse en medio de tantísimos incidentes y tantas declaraciones.
Sea como fuere, Underground es una rigurosa radiografía urbana, un retrato pormenorizado de una sociedad muy avanzada y, a la vez, anclada en el pasado, impregnada de la cortesía, las buenas maneras, los rituales familiares, la religiosidad cotidiana que tradicionalmente se atribuye a los habitantes del archipiélago nipón (el agradecimiento del escritor cada vez que habla con alguien es prueba de esta proverbial civilidad). Y he aquí que, de un día para otro, ese sistema jerárquico, ordenado hasta en los mínimos detalles, estalla en pedazos porque un grupo de dementes decide tratar de aniquilarlo. Murakami se pone casi siempre en el lado de los que sufrieron las consecuencias del ataque; no obstante, es lo suficientemente inteligente como para no descender a la diatriba e intenta comprender las motivaciones de los criminales. Esto último es harto difícil, puesto que nada justifica la planificación de la muerte de millares de ciudadanos que solo se dirigían a trabajar.
En definitiva, Underground deja al descubierto a un país y a un pueblo que han alcanzado una de las mayores prosperidades económicas del mundo, un nivel de bienestar que es la envidia de las demás naciones, un desarrollo sin precedentes en la época actual. Estos y muchos otros elementos positivos están a la vista y son indiscutibles. Aun así, también se trata de unos doscientos millones de seres humanos que coexisten en una especie de regimiento laboral, sin cuestionar jamás adónde se dirige tanto desarrollo, qué fines persigue ese progreso. Esas y otras preguntas quedan flotando en el aire tras cerrar Underground . Por descontado, Murakami no las responde, y tal vez en la impotencia, suya y nuestra, para entender lo que en el fondo pasa allí, reside el inquietante mérito de esta investigación.