El jugador de Universidad Católica Fernando Cordero declara: "Un grito para despertar nunca está de más". La confesión, desbordante de genuino candor pero poderosamente reveladora, es en alusión a la llegada del entrenador Mario Salas, que por lo visto tiene trabajando al plantel como nunca lo hizo su antecesor, Julio César Falcioni, un técnico que además de inconmovible durante los partidos también parece que era mudo en los entrenamientos.
Cordero es el verbo hecho carne del futbolista traumado, superado por las circunstancias, clavado a un padecimiento eterno y necesitado -a gritos- de un tratamiento intensivo que le haga recuperar la confianza en sus recursos. Los ruegos de Cordero personifican la esencia que se debe transfigurar en el plantel de Universidad Católica, un club que ha dejado que el lesivo mensaje de debilidad y resignación desplegado por los rivales institucionales y deportivos permee hasta sus entrañas.
La estrategia del técnico entrante tiene que priorizar por defecto -y con suma urgencia- en la rehabilitación de un grupo lastimado, que en el pasado torneo dio numerosas muestras de somatizar en su rendimiento futbolístico hasta el más insignificante de los estímulos negativos, desde la impasibilidad de un liderazgo directivo en instancias de conflicto hasta el denuesto de un grupo de hinchas heridos en su orgullo.
Si Universidad Católica está convencida de que ha encontrado a la persona capaz de revertir la curva descendente, deberá asumir que el daño es profundo y que un éxito puntual no necesariamente marcará una tendencia. La paciencia y sensatez, dos virtudes escasas en la dirigencia e hinchada cruzadas, están llamadas a primar en este período de instalación. Salas hereda una historia funesta y también a quienes la han protagonizado; sus opciones de cambio fueron, para este ciclo, muy limitadas y lo razonable es que haya una mejoría, pero insuficiente como para nivelar el poderío de quienes hoy llevan una larga ventaja.
Antes que recuperar el buen juego, superar al rival y, por extensión, ganar, Salas ha llegado para convencer. A inculcarles a sus dirigidos que el horizonte es una oportunidad de redención y no la ruta a un nuevo martirio. A transformar ese despertar al que alude Cordero en el comienzo de un sueño.