Señor Director:

Siento que cada año nos roban el profundo sentido de la Navidad. El que todos más o menos añoramos. El que tiene que ver con la pobreza que solicita y no con la riqueza que ostenta, pues de eso nos habla el Pesebre. Ahí nacerá el Dios que puede devolvernos la paz. ¡Pero qué de ruidos hacemos a su lado!

Hay tantos regalos que comprar, tanto dinero que gastar, tantas horas que extender, que apenas miramos el humilde nacimiento de Belén. Terminamos olvidando que el mayor presente que una persona puede dar a otra no son los regalos materiales, sino el don de sí. Superlativamente, esto se aplica a nuestros niños. Es que lo esencial es justo aquello que no puede comprarse. Ni con la más abultada operación monetaria. ¿No es esa la bendición de la Navidad?

Cuando veo que el febril espectáculo consumista golpea a nuestras puertas para girar y girar sin medida en torno a nuestra pobre Navidad, no puedo dejar de evocar, con mi corazón cristiano, los versos de Antonio Machado: "Yo amo a Jesús, que nos dijo: cielo y tierra pasarán. Cuando cielo y tierra pasen, mi palabra quedará. ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? Todas tus palabras fueron una palabra: Velad".

Julio Alvear Téllez