"Conseguí trabajo en varios matrimonios y bautizos. No me fue mal. Filmaba fiestas ajenas, avanzaba entre la multitud y las chayas y las promesas de amor eterno y registraba las efemérides privadas de las vidas de los otros. Las caras eran casi siempre felices pero, de cuando en cuando, había expresiones que me inquietaban: una mujer con la boca torcida, un niño con los ojos cerrados, un anciano que se pasaba la lengua por los labios, una señora mirando un plato con una palta que se empezaba a poner negra; dos mujeres que se miraban con deseo la una a la otra. Esas secuencias aparecían como imágenes secretas dentro de otras imágenes más festivas y a mí me provocaba cierto escozor quedarme mirando cómo emergían en la pantalla, venidas de otro mundo...", leemos al promediar Taxidermia , último libro de Álvaro Bisama. Y en la página siguiente, nos encontrarnos con: "Por supuesto, jamás entregaba esos videos a los clientes. Me quedaba con ellos y los guardaba en un estante que era mi diario secreto, la confesión de postales de un mundo inconfesable".
A estas alturas, ya sabemos que este libro es una novela hecha y derecha y no una secuencia de fragmentos, piezas sueltas sin relación entre sí o delirios más o menos incoherentes; el autor, como es su hábito, da rienda suelta a su pasión por el punk; los cómics; los fanzines; el cine, preferentemente de horror, que nunca se ve, pues es practicado por psicópatas que no tienen idea cómo manejar una cámara; las referencias galácticas y sombrías; los tajos; tatuajes; aros; pendientes; colgajos; las heridas corporales; los vampiros; la música a cargo de conjuntos ignotos y lúgubres que él ha seguido -¿o inventado?- con fanatismo, por años; en fin, el abigarrado, multifacético, caprichoso, caótico, peculiar mundo de Bisama, que a muchos puede atraer gracias al conjuro de su prosa o a otros causarles rechazo por la insistencia en los temas góticos y subterráneos. Sí, definitivamente, Taxidermia nos cuenta una historia, bien que sea a costa de sacar cosas de un baúl repleto de horrores y alegrías o, mejor dicho, extraer materiales de un cajón de sastre donde cabe de todo, siempre que se trate de esos extraños retazos que embrujan a Bisama. El diseño mismo del tomo ayuda a producir cierto desconcierto al momento de clasificarlo, lo que, tratándose de este escritor, a la postre carece de relevancia, ya que él mismo, sea por vocación, sea por inteligente premeditación, se ha preocupado de ser inclasificable. Las hojas parecen provenir de un mimeógrafo o un periódico antiguo, la mayoría de los capítulos cubren una carilla o una fracción de ella, de modo que en el lado derecho tenemos el texto y, en el izquierdo, folios en blanco, que parecen manchados en grisalla, borroneados, con restos de tinta que, en el fondo, también podrían ser pinturas abstractas.
En el centro de Taxidermia hay un ritmo huidizo, frenético, ora rápido, ora lento, que sugiere que el mecanismo de la trama se ha desviado, se vuelve chúcaro e indomeñable. Las partes calmadas exploran una mezcla de escritura coral con lo subjetivo y hay referencias a la naturaleza, descompuesta o virginal, lo que torna al lenguaje en un fenómeno misterioso, si bien menos intenso. Y en los tramos agitados, Bisama desarrolla un tono melódico extendido, que contrasta con las breves, hasta minúsculas partículas de ideas planteadas en las fracciones de menor longitud. Un rasgo constante en el conjunto de Taxidermia consiste en la negativa radical a usar el lugar común. Esto puede ser peligroso y reiterativo, ya que a nadie le gusta la originalidad per se , el shoc k porque sí, el rebuscamiento en lo malsano; afortunadamente, Bisama tiene conciencia de esas trampas y, por lo general, las evita.
A medida que avanzamos en el relato, queda en evidencia cuán terriblemente banal puede ser la forma narrativa tradicional, con sus ridículos y mecánicos episodios que, a la larga, pierden su eficacia. Así, se nos prepara, de manera sutil y hábil, para un final sorprendente y redondo, en el cual, no obstante, habrá reminiscencias de todo lo abordado anteriormente. Por cierto, esto parece una idea que ha surgido a posteriori , que fue decidida por el narrador cuando ya tenía muy en claro lo que iba a decir, en lugar de formar un proyecto deliberado. Mal que mal, pese a la salvaje sátira a cierta literatura de moda, aquí tenemos, con ligereza y también con peso, una obra madura, en tono de agria destemplanza, aunque, en términos generales, predomine una triste quietud.