La cocina de El Cid (Hotel Sheraton) se distinguía por la habilidad del chef para poner en el plato una multitud de pequeñas cosas que, inexplicablemente, terminaban constituyendo una perfecta armonía. El Cid era, por aquel entonces, uno de los lugares donde mejor se comía en Santiago.
Hemos vuelto a él y, aunque su cocina tiene aspectos de calidad, se advierte otra mano, que reúne elementos de Italia y Japón sin crear, en realidad, una verdadera síntesis. La oferta se bifurca en dos líneas bastante perfiladas, la italiana y la japonesa.
Partimos con un tártaro de atún que incorporaba algas marinas (¡blancas!), un huevo pochado (resultó ser duro) de codorniz, y una deliciosa salsa de mantequilla de avellana y limón ($9.800): plato armonioso, cuyo atún exhibía con tranquilidad su sabor propio. Entrada sutil, aromática, fresca. Diríamos "al estilo nipón". La ensalada de baby espinacas (espinacas chicas, "please") fue también delicada -quizá excesivamente-, con sus toques de betarraga, manzana y naranja, con coronita de queso francés de cabra sin gran papel que jugar ($7.600): otro ejercicio, con linda presentación, en levedades japonesas.
En la vertiente italiana, probamos unos notables ravioles rellenos con alcachofa y menta, más camarones en salsa de hierbas y tomates cherry, con toque de toronjil ($8.600): no obstante lo heteróclito de los elementos, el resultado fue, como en los antiguos tiempos, unitario, legible: un plato cuyos diversos aromas se combinaban sin perder identidad, y en que las sutilezas no eran un obstáculo a un sabor, finalmente, robusto. Muy bien: el punto alto de la comida. Y muy italiano: en Italia se combinan las hierbas con gran maestría.
Probamos también una curiosidad, la zuppa Napolitana de pescados ($19.900), servida en gran sopera individual de cobre; plato de cocina popular, una especie de abigarrada paila marina con excesivos tropiezos de tomate cherry. Probablemente en Nápoles los palurdos agregan a este potaje hierbas con sus tallos leñosos y todo; pero uno quisiera aquí que el bouquet garni fuera retirado en la cocina, para no tener que lidiar con él en el plato. En fin: el resultado no es tan sabroso como la paila marina, quizá porque el congrio y los camarones son de por sí sosos. Con otro pescado, el caldo hubiera adquirido cuerpo. Y con más aliños, picardía, que es lo que se espera de Nápoles.
Los postres, un porrazo: un semifreddo de Late Harvest muy insípido, montado sobre enormes, duros bombones de chocolate blanco, más merengue y frutas rojas ($6.900): típico postre que trae de todo, por si acaso. Y una torta tibia de chocolate y pera, arruinada por la adición de aceto balsámico ($7.900).
De la carta, se aconseja irse a las pastas. La carta de vinos, selecta (precio promedio, $25.000). Servicio amable pero lento. Nos tocó un tenedor chueco (¡en el Sheraton!). Precios, caros -las carnes, muy caras-. Estacionamientos subterráneos.
Hotel Sheraton. Av. Santa María 1472.