Esta semana el Club Deportivo de la Universidad Católica anunció su cambio directivo más significativo de la última década. Dejó su cargo en la Fundación Luis Felipe Gacitúa y será reemplazado por Hernán de Solminihac.
Así nomás, sin dar razones ni argumentos para un movimiento tan significativo, se cerró toda una época al interior de la institución, dejando en claro como son las cosas: por designio divino.
Si hay algo que los hinchas, los socios y los inversionistas han reprochado históricamente es la lejanía con que se maneja el poder en la UC. Nunca hubo elecciones y ahora, transformados en sociedad anónima, a diferencia de todo el resto de los clubes -donde el que más tiene más pesa- la Fundación sigue y seguirá detentando el poder, ad eternum . Porque esa entelequia ha administrado bajo la sombra de la casa de estudios los grandes éxitos y fracasos de la entidad, sin necesitar darle explicaciones a nadie, porque su poder viene, claro, de las alturas. Como los reyes. Porque los Papas son elegidos terrenalmente, lo que en este caso no ocurre.
No sabremos por qué se fue Gacitúa ni tampoco por qué llega su reemplazante. No sabemos quién ni cómo tomó la decisión, como seguramente tampoco sabremos por qué los dineros generados por la venta de Santa Rosa (que tanta polémica generaron en los hinchas y simpatizantes) todavía no son reinvertidos en San Carlos.
Tampoco sabremos, en el corto plazo, si los afanes de desesperados e influyentes inversionistas tendrán alguna acogida en los impertérritos mandamases cruzados, pero la respuesta es más o menos clara. ¿Por qué entregar lo que se tiene por dádiva a no ser que la multitud con antorchas esté golpeando el castillo?
Por eso este cambio se produce cuando ese poder -como sucede en las revoluciones- estuvo cuestionado y en peligro, pero no alcanza a ser un cambio real, porque no afecta a las estructuras tradicionales de la institución.
En lo futbolístico, el péndulo volvió a moverse también, después del año más desastroso en décadas. Los mismos que eligieron a Falcioni esta vez optaron por un entrenador que está en el extremo opuesto del "Emperador". Es chileno, es joven, conoce el medio y tiene un fútbol vertical. Es gesticulador y motivador, al contrario de su inmutable e impertérrito antecesor.
Los cruzados alternan temporadas en que confían prioritariamente en sus divisiones menores con otras donde hacen las inversiones más millonarias del mercado (Santibáñez en los 80, Pellegrini en los 90, Pizzi en los 2000). Dinero no hay demasiado por estos días, por lo que la lógica será aprovechar lo que hay; o sea, un cúmulo de malas inversiones en la última temporada y los resabios de la era Lasarte, que entregó tres segundos lugares, lo que a la luz de lo que vino después era casi un milagro.
La llegada de Salas -por más que predique con las arengas del "Che" Guevara- no podría definirse como una revolución en San Carlos, pero el fruto de su trabajo bien podría serlo. Siempre y cuando no se quiera imponer un estilo que parezca más combativo a punta de excesos, lo que ya le pasó al técnico con aquella sub 20 que tenía que batallar siempre en desventaja por las expulsiones.
Pero algo es algo. Y por alguna parte se empieza. Fue la gran lección que dejó la semana para los cruzados.