Esta película comienza con un largo plano fijo sobre el padre James (Brendan Gleeson), que escucha en el confesionario un testimonio feroz: un hombre fue violado por un sacerdote cuando tenía 7 años. El culpable ha muerto y el hombre no quiere reparación, sino una forma abstracta de venganza: matar a un cura inocente. Lo ha elegido a él, al padre James, para asesinarlo dentro de una semana exacta, el domingo siguiente.
Estos tres minutos y medio forman una de las mejores aperturas del cine reciente, y de paso confirman que Gleeson es uno de los grandes actores anglosajones de la historia.
El paisaje es la Irlanda eterna, la Irlanda geológica que se mueve en tiempos milenarios, y también la Irlanda católica cuya fe está corroída por las denuncias masivas de pedofilia, la iglesia intervenida por Benedicto XVI. El padre James, sacerdote tardío, que adoptó los hábitos luego de enviudar, sirve a la comunidad de un poblado donde no hay más que pecadores tremendos. Al revés del padre Brown, el formidable sabueso imaginado por G.K. Chesterton, que podía identificar el mal en medio de los buenos ciudadanos, James parece rodeado por sujetos que solo representan el Decálogo del mal, al modo de las alegorías de Los siete pecados capitales en la gran cinta de David Fincher.
En ese repertorio están el médico Frank (Aidan Gillen), cocainómano y tenebroso; la adúltera Veronica (Orla O'Rourke), violentada por el carnicero Jack (Chris O'Dowd) o quizá por su amante, el mecánico marfileño Simon (Isaach de Bankolé); el aristócrata Fitzgerald (Dylan Moran), odioso de su riqueza; el joven Milo (Killian Scott), deseoso de asesinar; el resentido cantinero Brendan (Pat Shortt); el comisario Stanton (Gary Lydon), rendido ante un descarado amante juvenil, Leo (Owen Sharpe); el asesino serial Freddy Joyce (Domhnall Gleeson); y un viejo escritor en espera de la muerte (M. Emmet Walsh).
La narración sigue puntillosamente los siete días que avanzan hacia el anunciado asesinato del padre James, en los cuales recibe, además, la visita de su hija Fiona (Kelly Reilly), suicida fallida y mensajera de un pasado depresivo.
Día por día, el padre James se enfrenta a esos vecinos anómalos que ahora, bajo el acicate del crimen, muestran el modo en que lo que parecía ser la rutina del sacerdocio se ha convertido en el cerco del mal. A medida que avanza, la película acentúa su aspecto alegórico y sus diálogos se vuelven más herméticos y desencarnados. El padre James carece de respuestas, porque su extrañeza se parece cada vez más a la de sus feligreses.
El irlandés John Michael McDonagh filma con un gran sentido del espacio. Encuadra con bravura y corta con navaja. Su narración tiene la apariencia de una teología reflexiva, pero en realidad marcha sobre un trasfondo rabioso y traumatizado. En esto, está más cerca de Bergman que de Bresson. Merece una visión atenta, mucho más atenta que otros casos similares.
CalvaryDirección: John Michael McDonagh. Con: Brendan Gleeson, Chris O'Dowd, Kelly Reilly, Dylan Moran, M. Emmet Walsh, Orla O'Rourke. 102 minutos.