El tiempo en el cine pasa rápido e inclemente y las películas envejecen a ojos vista; esto le ocurre a la trilogía de "El Hobbit".
La trilogía anterior, la del "El Señor de los Anillos", consumió la imaginería, mitología, geografía y peripecia. Absorbió lo que podía y secó la comarca.
Esa saga se inauguró el 2001 con la mejor película de la serie: "La Comunidad del Anillo", y siguió el 2002 y 2003, con las historias de Frodo, el mago gris, Aragon, los elfos, el Gollum y Sauron.
Y terminó con entierros, despedidas, casamientos, discursos y homenajes.
Es decir, terminó con ganas de volver.
El director Peter Jackson, después de una década, resucitó y estiró ese mundo con más maquillaje y tecnología digital, y lo que debió ser un cuento breve y conciso se extendió a una enciclopedia de casi ocho horas.
La paradoja es que el pequeño Bilbo (Martin Freeman) y el viejo Gandalf (Ian McKellen) combaten en la ficción a las mismas fuerzas temibles que en la realidad convirtieron a una película sencilla en una trilogía hinchada y ampulosa.
Aquí está el poder del anillo, el mal del dragón y la ambición sin límites.
Hay que pasar, además, por un inicio de película que hace evidentes los mecanismos del cliente cautivo.
El comienzo debería estar al final de la película previa, eso es lo correcto y serio.
Debido al traslado se parte con un clímax que es mezcla de treta con trailer, porque después se debe rastrear el terreno, escarbar las piezas y recordar dónde estaban los unos y los otros y de qué se trata todo esto.
El tiempo pone las cosas en su justa medida y "El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos" es una película arrugada, cansada y somnolienta que casi no se da cuenta de sus males: repetición, redundancia y fotocopia.
Son los achaques de la vejez, donde las cosas se repiten sin sentido ni densidad dramática, sino como rutina incolora y aburrida.
Y los nombres que alguna vez apuntaban al mito y la aventura, ahora son mecánica, reiteración y burocracia: Erebor, Thorin, la vida élfica, Bolgo, Galadriel, Piedra del Arca o Saruman.
Además, el personaje más plástico y refinado, el Gollum, desapareció de escena. Esa criatura compleja tanto en lo tecnológico como en el carácter, es la que resume lo más destacado de ambas trilogías y probablemente perdurará como una figura que representa la fusión de lo humano y lo digital.
La película resiente esa ausencia e intenta suplir malamente la carencia con un personaje de opereta cómica: Aldrid (Ryan Gage), un criado patético y cobarde.
El final de la trilogía de nuevo termina con entierros, discursos, recuentos, despedidas y confesiones.
Este tipo de cierres múltiples son la profecía de que nada ha terminado.
Es que el poder del anillo siempre seguirá vivo en el mundo del cine.
The Hobbit: The Battle of the Five Armies. EE.UU.-Nueva Zelandia, 2014. Director: Peter Jackson. Con: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage. 144 minutos.