Me agrada el estilo de Martín Lasarte. Me gustó, por ejemplo, que diera un paso al costado en la UC después de haber perdido tres finales increíbles. A diferencia de varios técnicos extranjeros, que se fueron sin siquiera explicar su fracaso, el uruguayo entendió que estirar esa cuerda era vano e innecesario.
Me gusta que le ponga poesía a su discurso y me gusta la franqueza con que dice las cosas. A los partidos malos les dice malos y pocas veces culpa al resto de sus propios errores. Desdramatiza, pero le asigna al fútbol la cuota lúdica que lo hace impredecible.
Creo que su mérito fue rescatar a la U del pantano vivido en las últimas temporadas sin vacilaciones. Jugó un fútbol vertical, ofensivo, gustador y logró un rendimiento histórico para campeonatos cortos. Fue puntero de la primera a la última fecha y no se enredó en las ingratas polémicas que le propusieron en el tramo final. Dio la cara en la victoria y en la derrota, y no tuvo empacho en decir que los peores partidos de su equipo fueron contra Colo Colo y Barnechea.
Me alegro por él, como me habría alegrado por Emiliano Astorga, que hizo milagros con un Wanderers que se armó con otro objetivo, bastante menor que la épica batalla por el título. Pudieron llorar y reclamar, declararse despojados y robados, pero festejaron su propio mérito y se ganaron toda mi admiración. Con el respeto que me merecen sus rivales en la liguilla, creo que el justo premio para los caturros sería llegar a la Libertadores, pero todos sabemos que el desgaste fue mucho y que el fútbol muchas veces no se trata de que gane 'el más mejor'.
Por eso no me gustó lo de Héctor Tapia, uno de los DT más prometedores del fútbol chileno. Tiene, pese a su juventud, una estrella ganada con brillo, ideas propias y valentía para tratar de imponer sus argumentos, aunque estén equivocados. Quisiera que se iluminara para conseguir los mejores tres refuerzos para la Copa, porque este Colo Colo los necesita con urgencia. Su plantel es escaso y veterano. En su dolido silencio de las horas previas y posteriores a la definición, Tapia dejó en claro que tendrá que recorrer un camino largo para dejar de ser un ex futbolista y transformarse en entrenador con la capacidad para atenuar las malas pasiones, dominar al plantel y ser hidalgo tanto en la victoria como en la derrota.
Como dijo el mismo Lasarte, en el fútbol se pierde más que se gana, y de las caídas se aprende. Apostar a la teoría de la agresión externa, transformando a todo el mundo en enemigo -incluyendo a tus propios dirigentes- a veces resulta: cohesiona al grupo, lo "pica", permite unir las fuerzas. Pero al final de la lucha, cuando todo está terminado, hay que tener la hidalguía para asumir la caída. Colo Colo fue un equipo odioso, lo que algunos de sus hinchas agradecerán a muerte, pero el precio a pagar será muy alto y les cobraremos al contado, porque sabemos que la mayor parte de las veces son los "grandes" los que gozan de los beneficios del yerro arbitral o las decisiones directivas. Sin que necesariamente todos pensemos que "la cosa está arreglada".
Porque una final como esta será muy difícil de olvidar. Por lo bueno y por lo malo, quedará para siempre en la historia.