Solía decirlo Don Ramón, el del Chavo del 8, para expresar sorpresa, o contrariedad, o incredulidad. Y lo repito ahora, como homenaje a Chespirito, un futbolero de corazón. Pero también como una expresión de júbilo y contento no solo por lo que viviremos el próximo sábado en una final tan abierta como espectacular, sino también por la tensa antesala que nos depara esta semana, si es que a ninguno de los protagonistas le da por escupir el asado.
Colo Colo no tuvo ni un problema para despachar al Cobreloa más insípido de todos los tiempos, pero estoy seguro de que Tapia, Salah y las 37 mil personas que fueron al Monumental salieron muy inquietos con la lesión de Esteban Paredes, que a todas luces lo debería dejar al margen del pleito en Valparaíso.
La Universidad de Chile demostró, en el penúltimo partido del campeonato, que por mucho plantel de que disponga, siempre habrá una formación tipo. Cuando los azules recuperaron a Gonzalo Espinoza, Sebastián Martínez y Ramón Fernández en el mediocampo, volvió la solidez futbolística que les permitió quedarse con los tres puntos en Chillán sin inquietarse demasiado, aunque la mano de Corujo dará para polémica.
Llegan a la fecha final igualados dos equipos de notable rendimiento numérico, de saludable afán ofensivo, de grandes figuras y de innegables merecimientos. Si llegan a jugar una final, estaríamos frente a un partido pocas veces visto en los últimos años, por la emoción y la expectativa que generan. En ese evento sólo cabría lamentar que el Estadio Nacional perdiera su calidad de campo neutral y la mitad de su capacidad, porque lo lindo habría sido que se jugara ahí.
El que más sufrió ayer fue el tercero en disputa. Wanderers ganó en Quillota fiel a su estilo: sufriendo, corriendo, aprovechando la gran capacidad goleadora del "Pájaro" Gutiérrez. Los porteños sueñan con dar una vuelta olímpica en Playa Ancha -en las tres anteriores debieron volcarse a las calles para recibir a los campeones-, y al margen de no depender de sí mismos, es el suyo un estilo más trabajado, menos vistoso que el de sus rivales, y por lo tanto más propenso a las polémicas, como la generada en la comparación con el cuadro del 2001.
En nuestra realidad, un final como este es un tesoro. Tres equipos de rendimiento histórico, enfrentados en 90 minutos a una definición emocionante y merecida. Si lo hubiésemos soñado, no habría salido tan perfecto. Ojalá el desenlace esté a la altura. ¡Me lleve el chanfle!