Nadie, con un mínimo de conocimiento de su trayectoria, puede pensar que Arsene Wenger es un mal entrenador. "Le Professeur", quien asumió la conducción técnica de Arsenal en 1996, no solo puede exhibir logros dirigiendo a "The Gunners" -en especial durante la primera mitad de su gestión-, sino que también tiene como gran mérito haber dejado establecida, a modo de enseñanza, una gran cantidad de principios tácticos y de ordenamiento que lo ponen, sin duda alguna, en la galería de los grandes entrenadores mundiales de los últimos 30 años.
No obstante ello, Wenger hoy es fuertemente cuestionado en su labor al mando del equipo que tiene como figura excluyente al chileno Alexis Sánchez. Y hay razones entendibles.
Resulta que Wenger parece haber detenido conscientemente la rueda de las actualizaciones. El DT francés, convencido como pocos de lo que hace, ha dado muestras de inmovilidad conceptual frente a un fútbol en constante cambio.
Es cosa de tomar como base lo que ha pasado en la Premier League. Por años, la liga inglesa -la que vivió Wenger en su etapa dorada- era contraria a la entrada de figuras extranjeras, para así preservar el más "natural" de los estados del balompié británico. De esta manera, la lucha táctica no era el tema central, sino que la capacidad de uno u otro equipo de imponer sus figuras individuales era la consigna. Solo aspectos muy específicos -como la mayor capacidad de posesión, que ha sido siempre el leitmotiv del fútbol de Wenger- eran vistos como elementos diferenciadores ante tanta homogeneidad.
Pero la Premier League hoy es diferente. Mucho. Se ha convertido en una verdadera "Torre de Babel", donde conviven, caben y se despliegan concepciones futbolísticas diversas -desde Mourinho a Van Gaal, por ejemplo- y, lo que es más importante, se muestran jugadores de diferentes "cunas" que, aunque se adaptan a ciertos patrones, lucen y se exhiben de maneras particulares.
Ello impone cambio de visiones, búsquedas. Tal vez no de conceptos duros, pero sí de adaptaciones. Y en eso Wenger parece estar fallando.
En la era de la velocidad por llegar al arco contrario, sentir que el porcentaje de posesión es inevitablemente la gran fórmula de obtener réditos parece, al menos, ingenuo.
En el momento en que hasta los más encopetados equipos buscan equilibrios y no dudan en trasladarles la iniciativa a los rivales, para así reordenarse defensivamente, apostar a quedarse permanente en zona rival para dar la sensación de ofensividad es, sin duda, un error.
Arsene Wenger, con toda la capacidad y conocimiento que tiene del juego, parece no haber entendido que los principios evolucionan.
No saca nada con el inmovilismo conceptual -que cada día se va pareciendo más a un dogmatismo frenético-, porque la renovación permanente es obligatoria a la hora del juego.
Wenger y su Arsenal están, en eso, al debe.