Entre la infinidad de premios y reconocimientos que recibió P. D. James, hay uno que suele pasarse por alto, porque es algo tácito, que no consiste en medallas ni se traduce en ceremonias: por primera vez, tanto la crítica de su país, como la del resto del mundo, afirmó que sus libros trascendían con holgura el género que había escogido, es decir, el género policial. Y esto es, en realidad, lo que ocurre con sus libros: están tan extraordinariamente bien escritos, son tan complejos, describen con tal profundidad los temas que hoy preocupan, afectan y obsesionan al hombre contemporáneo, que, obviamente, pueden ser considerados como literatura "seria" (si es que tal categoría posee hoy relevancia).
James eligió la forma más clásica en sus absorbentes y originales tramas, la que consiste en un detective protagónico enfrentado a un crimen en apariencia insoluble, hasta dar, tras un laborioso trabajo investigativo y forense, con la identidad del asesino. Pero en las obras de James, como en ninguna otra, el superintendente de Scotland Yard Adam Dalgliesh, cada vez que emprende una pesquisa, inicia, a la vez, un viaje de autodescubrimiento, una peregrinación que lo lleva a enfrentarse con los rincones más oscuros del alma humana y, al mismo tiempo, con sus propias debilidades y fracasos. Dalgliesh y sus asociados sienten una simpatía natural hacia las víctimas, pero también pueden ponerse en el lugar de los culpables, lo que otorga una densidad singular a estas tramas.
Si hubiese que caracterizar de modo simplista la producción de James, habría que decir que era mejor que el vino, pues, a medida que envejecía, sus títulos alcanzaban nuevas cimas de excelencia: es lo que sucede, por citar un par de ejemplos, con "La sala del crimen" o "El faro", publicadas cuando ya había pasado los ochenta años, ambas de una extensión y una ambición estructural muy escasa en la novelística de suspenso. Y no es que sus anteriores volúmenes -"La torre negra", "Mortaja para un ruiseñor", "Intrigas y deseos"- sean textos simples o facilones, si bien, de algún modo, palidecen frente a sus últimas creaciones. Así, esta bisabuela de apariencia convencional, se convirtió en una de las grandes renovadoras de una de las tradiciones literarias de su patria y en una gran novelista, a secas.
Camilo Marks