Estamos cerca de cumplir cinco años desde que Chile fuera invitado formalmente a integrarse a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El acuerdo suscrito a comienzos de enero de 2010 entre ese organismo internacional y Chile fue reconocido transversalmente como un importante logro internacional del país. Chile ingresaba a un grupo de países que han sabido resolver exitosamente los desafíos de alcanzar el desarrollo; no era un premio, sino una oportunidad para seguir mejorando el incorporarse al foro de las economías más desarrolladas. Y es mucho lo que el país ha podido extraer de ese intercambio, aportando a su vez la experiencia de más de dos décadas de reformas democráticas y políticas económicas sólidas, como destacó en su momento el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría.
Por eso extraña
la columna publicada hace unos días en "El Mercurio" por el director de Educación de la OCDE, Andreas Schleicher, en que hace un crítico diagnóstico del sistema educativo chileno.
Sustentado principalmente por el análisis de los resultados de las pruebas PISA, el alto funcionario planteó que el país debe hacer esfuerzos importantes para poder transformar el capital humano de su población en un motor de desarrollo económico y social. También exploró la problemática concentración de alumnos desaventajados en escuelas desaventajadas, los magros resultados en PISA de nuestros estudiantes más ricos y se aventuró a hacer cálculos del impacto de nuestros atrasos sobre nuestro crecimiento económico.
Si bien en su análisis el funcionario internacional hace algunas interpretaciones de la evidencia cuestionables (por ejemplo que "los alumnos se sienten impotentes ante un sistema que solo los selecciona"), lo cierto es que en lo medular el texto corrobora el diagnóstico que distintos expertos locales y extranjeros han realizado hace años sobre el sistema educacional chileno. Nadie a estas alturas duda de la necesidad de realizar cambios profundos al sistema. Por eso, actualmente las preguntas relevantes son otras: ¿cuál es el mejor diseño de las reformas?, ¿cómo implementarla en forma eficiente?, ¿cuáles son los costos y beneficios económicos y sociales de las distintas alternativas? Lamentablemente la columna del director Schleicher no innova ni contribuye a ese debate.
Sin embargo, en donde Andreas Schleicher sí innovó es en su apoyo institucional a las reformas impulsadas por la Nueva Mayoría. Su frase final es tan clara como sorprendente: "El paquete propuesto por la reforma escolar de Chile ofrece una oportunidad única en la vida para cambiar las bases del sistema y de alinear lo que las escuelas entregan con los resultados que tendrá la próxima sociedad chilena".
Más allá de la inconveniencia de que un alto directivo de la OCDE se inmiscuya en asuntos internos, precisamente en momentos en que se desarrolla el debate en el Congreso, tomando una posición de este tipo, lo cierto es que su frase omite las innumerables críticas transversales que hoy se levantan en contra de la reforma educacional impulsada por el Gobierno. Tampoco considera que algunos de los países que él mismo menciona como ejemplos a seguir (Japón y Singapur) tienen sistemas educacionales muy distintos al paquete de medidas impulsadas por la actual administración.
Por cierto, su visión de que "el mundo se ha vuelto indiferente a la tradición y las historias del pasado" no es justificación para romper con la sana tradición de que un alto funcionario de una institución internacional como la OCDE no intervenga en la discusión política interna de los países miembros de esa organización. Chile no entró a la OCDE para esto.