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Editorial
Miércoles 26 de noviembre de 2014
Confianza en colegios y universidades
El involucramiento demandado a los apoderados en el proceso educativo -considerado un factor determinante en el progreso académico de los niños- se ha traducido en un mejor conocimiento del funcionamiento de cada escuela.
En medio de un clima de progresiva desconfianza en las instituciones -particularmente aquellas de carácter político-, la encuesta Bicentenario UC-Adimark 2014 arrojó cifras reveladoras en relación con la confianza que tienen los chilenos en colegios y universidades. Respecto del año pasado, estas entidades registran un aumento de casi 10 puntos -con porcentajes que bordean el 40 por ciento- y superan a instituciones que anteriormente encabezaban el listado, como las Fuerzas Armadas, que llegan al 30 por ciento.
Los estudios de opinión dejan al descubierto una sostenida caída en los índices de la confianza institucional, puesto que lo que comenzó aquejando principalmente a las instituciones políticas -los parlamentarios y los partidos políticos obtienen un 3 por ciento de confiabilidad- se ha ido extendiendo a la mayoría de ellas, sean de carácter religioso, económico o educacional. La opinión pública percibe lejanía, desconocimiento y opacidad en su funcionamiento. Este fenómeno, cada vez más generalizado en el contexto internacional, parece difícil de revertir y representa un desafío para la vitalidad de una democracia. Si bien la confianza no es el único determinante en el desarrollo de las instituciones, ella incide fuertemente en su desempeño de cara a la ciudadanía. Sin embargo, estos síntomas de desconfianza contrastan paradójicamente con altos niveles de confiabilidad hacia las instituciones conocidas y cercanas en todos los ámbitos. La propia encuesta Bicentenario entregó datos reveladores sobre este tema el año pasado; en materia educacional, si bien solo el 34 por ciento confiaba mucho o bastante en los colegios, ese índice subía al 76 por ciento al momento de evaluar el establecimiento donde estudian los propios hijos. La misma relación se observó en cuanto a instituciones de educación superior.
Esta percepción es coherente con la evaluación que -en el sondeo realizado este año- se obtiene de la calidad de la educación, donde un alto porcentaje cree que ha habido mejoras en la educación parvularia y universitaria, esta última bien calificada en materia de acceso y calidad, aunque en la primaria y secundaria no se observan mayores cambios. Asimismo, la opinión pública parece tener una visión más optimista de la capacidad del país para resolver el problema de la calidad de la educación, aumentando este índice de 43 a 50 por ciento. Con todo, solo la mitad piensa que se logrará. Similar es la opinión respecto de la oportunidad que tiene un joven sin recursos de ingresar a la universidad.
El incremento de algunos índices de percepción referidos a la calidad de la educación y a la valoración de las instituciones educativas constituye un relevante antecedente en momentos en que el debate se centra en la reforma educacional. El crítico diagnóstico esgrimido por la autoridad parece atenuarse frente a la opinión de los padres que -si bien demandan mayor calidad para la educación de sus hijos- parecen tener, en general, una opinión favorable de la institución encargada de la formación de estos. El involucramiento demandado a los apoderados en el proceso educativo -considerado un factor determinante en el progreso académico de los niños- se ha traducido en un mejor conocimiento del funcionamiento de cada escuela, pero también en un mayor protagonismo de los padres. No debe sorprender, entonces, que hoy quieran ser partícipes del debate educacional.