A primera vista, "El último tren" -que cierra el nutrido repaso a lo largo de toda la presente temporada, de las cuatro décadas de importante labor de Teatro Imagen- no es más que un logrado tributo a uno de los formatos escénicos más enraizados en la tradición cultural chilena y latinoamericana: el melodrama. Se trata de una nueva versión de la obra que este conjunto independiente estrenó en 1978 -el mismo año de "Lo crudo, lo cocido y lo podrido", cuya reposición también estuvo recién en cartelera- dirigida otra vez por Gustavo Meza, quien además fijó el texto creado con aportes colectivos del elenco.
Apegada estrechamente a las normas del género, desarrolla una historia rebosante de sentimentalismo sobre unos sencillos y apaleados personajes de humanidad perfectamente reconocibles que pasan por una mala racha y sufren un nuevo golpe de la adversidad, del cual ya no podrán levantar cabeza. Su protagonista es un viejo jefe de estación de provincia que ha dedicado toda su vida a su trabajo y que ahora se enfrentará al cierre de su ramal ferroviario. El hombre es viudo y vive con su joven hija, y a su modesto hogar llega su hermana desde el extranjero buscando refugio.
Lo que vuelve emblemático su relato -una hábil dosificación de golpes de efecto, giros humorísticos y escenas con añoranzas de tiempos mejores- es el referente del contexto histórico de su estreno. Esta fue una de las primeras obras que, apenas a cinco años del golpe, con coraje y astucia, se atrevieron a hacer resistencia cultural hablando en el escenario de aquello que el régimen militar buscaba silenciar (y paradójicamente lograron pasar inadvertidos, ya sea porque los censores hicieron la vista gorda, o bien simplemente no fueron capaces de percibir sus muchas entrelíneas).
En eso radica el valor de este melodrama. Entre los pliegues algo ingenuos de su intriga, denuncia, entre otras cosas, el principio del desmantelamiento de la red ferroviaria, la institucionalización del soplonaje y el aumento de la prostitución juvenil en esos años, en tanto que su atmósfera expresa el desaliento impotente frente a una realidad que se viene abajo. Tiene, por lo demás, una base documental: su héroe se inspiró en un personaje real y el desarrollo homenajea la sacrificada entrega del gremio ferroviario, rescatando su vida comunitaria.
Con un alto nivel de actuación (Ramón Núñez encarna el rol que creó Tennyson Ferrada), la prolija y bien calibrada puesta en escena hace fluir con atractivo renovado sus aspectos manifiestos, tanto como sus méritos subyacentes.
Sala Antonio Varas del Teatro Nacional. Hasta el 29 de noviembre. Jueves, viernes y sábado, a las 20:00 hrs. Entrada general: $7.000, estudiantes y tercera edad: $3.000.