Si alguien hubiera querido montar una provocación contra las negociaciones de paz en La Habana, era imposible encontrar una mejor idea que poner a un general sin escolta, desarmado y en bermudas en una aldea llena de guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Con la transparencia que caracteriza a los militares, quizá nunca sabremos qué hacían el alto oficial, un cabo y una abogada una tarde de domingo en el río Atrato.
El efecto fue fulminante. El general Rubén Darío Alzate quedará como el militar más costoso políticamente para el gobierno de Juan Manuel Santos y los críticos del proceso lo recordarán como el golpe de suerte que tuvieron en estos dos años. Al anunciar una "pronta, tranquila y justa" solución, el jefe guerrillero "Pablo Catatumbo" no dejó pasar la ocasión de puntualizar que ningún gobierno le había servido en bandeja a la guerrilla semejante trofeo. Se oían, a tambor batiente, los trinos de fondo del uribismo.
El incidente dio gasolina a los extremos. "Secuestro inadmisible", gritaron el procurador y el Centro Democrático, partido del ex Presidente Álvaro Uribe, cuya bancada amaneció el martes en el Senado con carteles de "#no más humillación a nuestros héroes". "Prisionero de guerra legítimo", clamaron las FARC.
Por un momento, nadie pareció pensar en el proceso, sino en responder a los duros de su bando: las FARC, a sus guerrilleros; el Presidente, a sus uniformados y al uribismo. Santos suspendió el proceso después de hablar con los militares, no con sus negociadores. El bloque 'Iván Ríos', al aceptar que lo tenía en sus manos, sugirió que de él se ocuparía "la justicia popular".
Afortunadamente, se impuso lo contrario. Después del anuncio de los países garantes, Cuba y Noruega, de que se había acordado la liberación del general, sus acompañantes y los dos soldados de Arauca, solo resta esperar, "a la mayor brevedad posible", su puesta en libertad y la reanudación de las negociaciones.
Habría que estar ciego para no leer la señal de compromiso con el proceso que envían las FARC con esta decisión. No usar como ficha de negociación al primer general que cae en sus manos y liberarlo pronta y limpiamente convierte un momento crítico en la prueba más contundente que han dado de su disposición de avanzar hacia la paz, como lo dijo "Catatumbo". Y muestra que la vertical disciplina de las FARC sigue intacta.
Sobre todo porque en algo tienen razón: capturar a un general es una acción de guerra. Y así se pactó negociar, bajo el principio de que "nada de lo que ocurriera en el país afectaría a la mesa", como recordó el comandante "Pastor Alape", repitiendo lo dicho por el gobierno, cuyas tropas han bombardeado campamentos y matado jefes guerrilleros sin que las FARC paren las conversaciones.
Pero, más allá de lo acordado, está la realidad: para la gran mayoría de una opinión pública ya escéptica, la captura del general es un secuestro inadmisible y una bofetada a la credibilidad del proceso. Liberarlo muestra que las FARC empiezan a asumir que hay hechos del conflicto que solo alimentan a los buitres que planean sobre La Habana y le reducen al Gobierno su margen de maniobra.
Pasadas las emociones , faltan respuestas: ¿cayó casualmente el general en manos de la guerrilla?, ¿se trató de una elaborada trampa?, ¿fue una conspiración? o ¿hay otra explicación? Los militares tienen la palabra. Pero el hecho es que lo que empezó como la más seria crisis del proceso acaba mostrando que este está tan avanzado que se convirtió -no sin la ayuda esencial de los garantes- en oportunidad.
El corolario debería ser que se pacten, por fin, las anunciadas medidas para desescalar la confrontación.
Alvaro Sierra Restrepo
Tiempo/Colombia/GDA