Es curioso como hay palabras que, de pronto, se apoderan del debate público, expresiones que, imprevistamente, se introducen en los textos y en los discursos de los medios de comunicación y de los protagonistas de la política nacional, según su propia dinámica, los alteran, desvían o incluso transforman en otros, los dominan como si estuviesen provistas de un poder mágico. Una de esas palabras actualmente colonizadoras es "integración" y su antónima "segregación". Hace un par de años, no más, que ambas entran con fuerza en la escena. Sin duda, estaban ya allí presentes en un segundo o tercer plano, no surgen de la nada, son fruto de una preparación que no percibimos, una incubación mas emocional que racional, pero no obstante a partir de ellas se transita desde un discurso dominado por la dialéctica calidad (crecimiento) versus igualdad (equidad) a otro, moralmente más exigente, porque añade la integración social (en educación, en desarrollo urbano, etc.).
Por lo que entiendo, expresado en una terminología poco técnica, la integración social es el proceso por el cual los miembros de las distintas clases o grupos sociales que se perciben a sí mismos como superiores incluyen, se aproximan y participan en sus formas de vida -no como beneficencia- a los individuos que son percibidos como inferiores, o se hallan en un estado vulnerable o de marginación. También podría significar, pero ello envuelve una exigencia ética mayor, que dejen de percibirse como superiores, acepten la igualdad esencial de la persona humana y actúen en consecuencia. Interesa, asimismo, que la sociedad en su conjunto sea "integrada", con lo cual creo entender, con mis propios términos otra vez, que su estructura se parezca más a un tejido multicolor que a un conjunto de compartimentos estancos, en beneficio de la paz y estabilidad sociales.
La integración social parece, como ideal, un desarrollo tardío de raigambre cristiana, quizás (la integración, en términos cristiano originarios, es, simplemente, la caridad, el amor al prójimo, y la segregación, el egoísmo), pero debidamente laicizada, mundanizada, sin Dios. La vigencia de la integración social -y su inversa- quizás corresponda o no sea sino otra versión de "la cuestión social", esa expresión que recorrió buena parte de nuestro siglo XX y estalló a fines de la década de los 60 y principios de los 70. Así, las palabras que creemos nuevas acaso no sean sino espectros de otras antiguas y revelan esa pertinacia, para bien y para mal, del Estado chileno en incluir en su proyecto una dimensión de moral social fuerte: nos quiere convertir -según el Estado lo concibe- en mejores personas y en una mejor sociedad. No es casualidad, por lo mismo, que las tensiones se estén produciendo con instituciones religiosas y agrupaciones políticas para las que el resguardo de una cierta moral es fundamental.