La frase "¿qué está pensando Bachelet? se ha transformado en una especie de eslogan que ha acompañado a la personalidad de la Presidenta. Se usó en su primer gobierno y se exacerbó en su estadía en Estados Unidos. Muchos dirigentes de la Concertación hablaban entre ellos y se hacían muchas preguntas. ¿Volverá a Chile? ¿Buscará una nueva vida en Nueva York? ¿Apostará a ser secretaria general de Naciones Unidas?
Todo era misterioso y la información a sus cercanos era compartimentada y encriptada. Varios lo atribuyeron a su paso por Berlín Oriental; otros, a su prudencia política.
Después de haber tenido un triunfo aplastante y tras ocho meses de gobierno, muchos han vuelto a preguntarse ¿Qué está pensando Bachelet? La pregunta ha cobrado especial vigencia ante la caída sin prisa -pero sin pausa- de los índices económicos, de la mano con los de popularidad. Los rumores de cambio de gabinete han acrecentado la pregunta, pero esta también se hace pertinente respecto del modelo de país que quiere construir.
Bachelet es inteligente, empática y decidida. Es enigmática. Salió elegida bajo el errado diagnóstico de que Chile estaba al borde del colapso institucional. Que si no se hacían cambios profundos, estos llegarán "por las buenas o por las malas". Se ha avanzado los primeros metros y se han notado tres efectos indeseados.
Lo primero es que cualquier cambio que se quiera impulsar tensiona la coalición gobernante. Se dijo que todo estaba en el programa y que este era la Biblia. La expresión fue muy usada, ya que tal como en la Biblia cabe desde el Opus Dei a los mormones, en el programa cabían desde comunistas hasta velasquistas. Pero una cosa es hablar del diluvio universal y otra es ponerse de acuerdo en cómo enfrentar el pecado.
El segundo elemento indeseable es que los cambios son más difíciles de hacer de lo que parece. Se mueve una tecla y aparecen dos más. Y la prueba más clara fue la reforma tributaria. Bien inspirada, con lógica en muchos diagnósticos, terminó siendo un adefesio de principio a fin.
Y en tercer lugar son las consecuencias indeseadas del cambio. Un viejo político estadounidense decía que "si usted desea hacer enemigos, intente cambiar algo". Y Bachelet ha tenido un gran enemigo: "el mercado". Ese monstruo desconocido, cruel, amoral y sinvergüenza.
Tal como Piñera sufrió "la calle", Bachelet está sufriendo "el mercado". En los dos casos implicó un inmovilismo inicial y luego un cuestionamiento del paradigma. Pero hay una diferencia: La calle era visible y se le podía reprimir con lanzaaguas. Al mercado no. Y si bien una calle furiosa puede derribar un gobierno, un mercado furioso puede derribar un país.
Como si hubiera algo personal entre Bachelet y "el mercado", o como una paradoja del destino, el inicio del detrimento de la actividad económica coincide con la llegada de Bachelet a Chile: marzo de 2013. Y el inicio de la crisis precisamente con su asunción al gobierno. Pese al voluntarismo del ministro Alberto Arenas, que desde la campaña anunciaba que los cambios propuestos no enojarían al monstruo, el resultado es más que evidente.
Y si bien el escenario no es extremo, la pregunta que vuelve a aflorar es ¿qué está pensando Bachelet?
Algunos dicen que seguirá. Que intentará profundizar su programa de cambios independiente de lo que pase en la economía y en las encuestas. Que como no se puede culpar a los poderes fácticos ni a los cerrojos de la dictadura, habrá que culpar "al mercado", que se debe seguir adelante y avanzar sin transar.
Es cierto que ello es una posibilidad, pero también hay signos contrarios. Que Bachelet se dio cuenta que el país se ha detenido y que las consecuencias pueden ser muy malas. Que hay un problema de velocidad, profundidad y dirección de los cambios propuestos que explican las consecuencias indeseadas que estamos viendo. Si este es el diagnóstico, cobra sentido que a la nueva Constitución la meta abajo de la alfombra, que consensúe lo que queda de reforma educacional, que la reforma radical propuesta en salud la descafeíne y que la reforma laboral termine siendo una pequeña bengala lanzada al aire.
La Presidenta no parece haber tomado una decisión definitiva, pero parece más inclinada a la segunda opción. Por esa razón, y con una coalición de gobierno dividida en dos mitades, cobra más relevancia la pregunta ¿qué está pensando Bachelet?