Ubicada originalmente en la calle Doctor Johow, La tecla vivió años en un ambiente de informalidad ñuñoína algo alejada de la plaza misma. Hoy se encuentra donde estuvo Bigas, a pasos de la municipalidad, abriendo de noche y con abundante público.
Con hartas mesas en el exterior, aptas para fumadores, y con música festiva, la experiencia se nota. El público fiel también.
La cocina de este restaurante es más bien de resistencia: sus célebres panqueques servidos en plato de greda, sus pizzas y sus sándwiches, más algunas entradas y fondos que salen de esta órbita de la masa. Para empezar, dos piscos sour, uno con jengibre ($1.900, en happy hour) y otro normal ($1.500, en la misma hora). Se preguntó si estaban hechos con huevo y la respuesta fue afirmativa. Bueno, no se notaba, pero igual estaban fríos y algo cabezones. Junto a ellos una docena de machas a la parmesana ($6.300), blandas y con una mustia hoja de lechuga de adorno. Dos de ellas con algo de arena. Y sin el merkén ofrecido en la carta.
A continuación viene lo que se reveló como una no muy buena elección post parmesana, por lo siguiente: el queso. La respuesta al libro "¿Quién se ha llevado mi queso?" estaba allí. Primero, una pizza (la Ñuñoína), con choclo, tomate... y demasiado queso. Aparte, la masa indefinida entre a la piedra o no. Y de comparsa, unos panqueques del chef ($5.900), con espárragos, pollo y champiñones, cubiertos por una salsa blanca que no se sentía, gracias al queso.
Allí quedó medio plato y un cuarto de pizza y, aunque el servicio fue de lujo -por rapidez y amabilidad-, nadie preguntó el porqué de este desaire. Y es que no es mala cocina, pero le falta sutileza.
Jorge Washington 164, 22743603.