Una economía estancada, que apenas crece al 1% el último trimestre, una ciudadanía
desconcertada por el vuelco de la economía y asustada por el futuro de la educación
de sus hijos, un debate político cada vez más polarizado; nada de eso es lo que Chile
merece. La pregunta recurrente entre los observadores internacionales es por qué Chile
-que parecía avanzar triunfante por la senda del desarrollo- de pronto parece ir marcha
atrás.
La responsabilidad recae principalmente sobre el Gobierno: su equivocado programa
debe ser rectificado. En lo económico, se funda en la idea que ya Chile es suficientemente
próspero como para descuidar el crecimiento y priorizar la redistribución. Ello lo llevó a
propiciar una reforma tributaria que, aunque morigerada gracias a la presión ciudadana,
desalentó la inversión, provocó incertidumbre y subió el costo de vida de la clase media. El
alto IPC de octubre -trepó 1% en el mes- en parte refleja las alzas de precios gatilladas por
los nuevos impuestos.
En lo social, el Gobierno propicia un nuevo rol para el Estado como proveedor monopólico
de bienes públicos, tales como educación. Pero no es eso lo que la gente quiere: de
acuerdo a la Encuesta Bicentenario PUC-Adimark, en igualdad de condiciones, un 69%
prefiere colegios particulares subvencionados, frente a solo un 24% que se inclina por
los municipales. Los considera superiores en rendimiento escolar, disciplina, valores e,
incluso, diversidad. Masivamente prefieren también los colegios no religiosos (55% versus
33%), muchos de los cuales, por ser sociedades con fines de lucro, la reforma persigue
terminar.
Pero también hay responsabilidad en la oposición, que no ha presentado y defendido con
claridad que existe un camino alternativo. Chile debería estar hoy sacando mucho mejor
provecho de la actual recuperación de los mercados de nuestras exportaciones agrícolas,
forestales y pesqueras. Contamos con inmejorables condiciones de tipo de cambio y
tasa de interés para dar un salto adelante. La fuerte caída del petróleo favorece nuestra
competitividad.
Cada mes hay nueve mil nuevas empresas que se crean -tres veces más que hace
cuatro años-, gracias a las facilidades introducidas en el gobierno anterior. Podemos
seguir siendo destino atractivo de la inversión extranjera. Hay una cola de miles de
millones de dólares en proyectos de inversión esperando las autorizaciones burocráticas
correspondientes. Deberíamos saber estimular esa ola de emprendimiento e innovación
desencadenada en los últimos años a buscar soluciones para las limitaciones en energía,
competitividad y calidad de la educación con las que hemos topado.
Es tiempo que la oposición saque la voz.