El embajador Contreras acusó a la Democracia Cristiana de estar detrás del golpe. Karol Cariola calificó de vergüenza la votación de la DC por no apoyar la cárcel para los lucradores. El PS Fidel Espinoza tuiteó una sonriente foto de Walker al lado de Pinochet.
No cabe duda. En octubre la DC ha estado bajo fuego amigo. Y la reacción no se ha hecho esperar. Aldo Cornejo dijo estar aburrido de los "toreos" del PC, los hermanos Walker llamaron a pedir disculpas y el Gute, a replantearse el futuro.
Han pasado sólo ocho meses de gobierno. Ocho meses desde que la Nueva Mayoría está en el poder, y algo parece no estar funcionando en la relación.
No es novedad. Siempre se supo que iba a ser así. Los novios eran demasiado distintos. Historias diferentes, pensamientos opuestos. Uno llegó con Marx bajo el brazo y el otro con Maritain. Uno piensa que el futuro lo definirá el materialismo dialéctico y el otro la "divina Providencia". Uno es amigo de dictadores y el otro lleva la "democracia" en su nombre. El matrimonio no podía resultar. Pero se casaron igual. A quienes les advirtieron del fracaso los trataron de conservadores y de no entender las vicisitudes del amor. Y aquí están. En medio de una crisis que sólo se puede profundizar. La luna de miel -para bien o para mal- ha terminado.
Hasta ahora la estrategia DC ha sido la de victimizarse. La de considerar que están siendo desconsiderados con ellos. La de levantar las banderas del femicidio. Pero esa no es la realidad. Acá los problemas no son de forma. Son de fondo.
La Democracia Cristiana en el mundo, salvo excepciones completamente irrelevantes, ha estado lejos de pactar con el Partido Comunista. Basta mirar el Parlamento europeo para darse cuenta de que el bloque que agrupa a los partidos democratacristianos -el Partido Popular Europeo- confronta permanentemente con el bloque que conforman los partidos de la izquierda comunista -el Partido de la Izquierda Europea-.
Peor aún: basta ver quiénes conforman la Internacional Demócrata Cristiana para darse cuenta de que son partidos de centroderecha. Lo preside el italiano Ferdinando Casini, que por largo tiempo apoyó al gobierno de Berlusconi en Italia, y entre sus vicepresidentes están los "derechistas" Lourdes Flores, Mariano Rajoy o César Maia.
Algunos, como Mariana Aylwin, se han dado cuenta de la anomalía y han roto completamente con la Nueva Mayoría. Pero la mayoría sigue adelante bajo la lluvia. Nada hace presumir un desenlace inminente. No al menos hasta que el nuevo sistema electoral esté aprobado, de lo contrario el costo podría ser demasiado alto.
Bachelet ha sido el factor que ha propiciado la unidad. Pero su factor aglutinador está en directa proporción a su popularidad. Si se mantiene en el tiempo la sistemática caída de aprobación o ésta se profundiza, irrumpirá un profundo signo de interrogación.
En cualquier caso, una cosa sí está clara: la relación DC-Nueva Mayoría no soporta la discusión de una nueva Constitución. Logró pasar la reforma tributaria, gracias a la cocina de Zaldívar. Con más complicaciones logrará pasar la reforma educacional, probablemente con la ayuda de la izquierda responsable (Montes, Lagos Weber). Incluso pasará la reforma laboral, previa licuación anunciada por la ministra esta semana (quien incluso cambió la palabra "reforma" por "agenda"). Pero una nueva Constitución, no. Ahí se explicitarán demasiado fehacientemente las diferencias y el quiebre es casi seguro. Bachelet lo sabe, por eso anunció que no la alcanzará a promulgar en su gobierno.
Es mejor chutear la pelota hacia adelante. Pero parece no ser suficiente. Las diferencias de fondo no podrán seguir soslayándose. Y si continúa el desgaste. Si siguen las polémicas. Si la popularidad no repunta y los índices económicos se siguen deteriorando, el "desenlace" necesariamente será antes. Solo hay que sentarse a esperar.