Señor Director:
Igual como el señor
Heinrich Meyerholz describe en su carta del martes, fui testigo de la caída del Muro de Berlín y de toda la frontera artificial levantada para dividir la Alemania socialista de la Alemania Federal democrática.
Las personas que pasaban el Muro desde Berlín Este a Berlín Oeste fueron recibidos con gran emoción y alegría por sus compatriotas, y se abrazaban alemanes que jamás se habían visto antes en su vida, no pudiendo evitar el llanto emocionado al poder vivir el inicio de su sueño de reunificación. En las semanas y meses siguientes, miles de alemanes del este cruzaron la frontera interior a pie, en bicicleta o en los autos de la Alemania Oriental, llamados popularmente "Trabi". En un estacionamiento de la ciudad de Frankfurt observé cómo una familia alemana llenaba un "Trabi" con una variedad de frutas y verduras imposibles de comprar en la Alemania socialista, según me describían ellos.
Solo después de la apertura de la frontera interior, mi esposa alemana, recién a los 25 años de edad, pudo conocer a su abuela paterna, y juntarse por primera vez con ella, dado que la Alemania socialista, entre otras restricciones a las libertades básicas, no permitía la salida de sus habitantes hacia países occidentales.
Por eso me parecen de extrema violencia las aseveraciones de la señora Margot Honecker, quien, según se lee en "El Mercurio" del domingo pasado, habría comentado que sería una estupidez morir en un intento por atravesar el Muro de Berlín, construido por el Estado socialista que ella representó como ministra. Hoy, ella puede vivir tranquilamente en Chile, compartir con sus nietos, comprar las cosas que necesite en nuestros supermercados y viajar al lugar que mejor le parezca.
Pasados solamente 25 años de la caída del Muro de Berlín, la Alemania reunificada ha avanzado enormemente en el desarrollo de su ex lado socialista, gracias a la capacidad de trabajo y sentido de responsabilidad y compromiso de su gente y la visión de Estado de sus gobernantes.
Herbert Huber H.