El inconsciente tiene razones y vericuetos que la razón no conoce. Y tiene mecanismos para defendernos del dolor que no elegimos, que elige la vida que hemos vivido, que elige la experiencia y la crianza. Es duro tener adentro nuestro una parte tan desconocida y autónoma. Es también otra forma de recordarnos que no estamos en control ni de los procesos ni de los resultados. Al menos no siempre. La aparición del ébola, los desastres naturales y miles de dolores inesperados de la vida diaria que el inconsciente procesa de manera misteriosa, merece que lo tengamos presente.
Por ejemplo: las personas con trauma, ya sea por violencia que viene de la naturaleza o de la convivencia entre los hombres, sufren procesos para defenderse del miedo. Uno de ellos es el miedo a sentir. No saben que esta defensa que partió siendo una protección es también una manera de restarse a la vida.
Si un terremoto o un tsunami aparece de manera inesperada y brutal, el miedo es tan grande que queda guardado en un espacio de la psiquis que no tiene nombre, pero que en definitiva es una alerta a sentir. Esa persona puede darse cuenta con el tiempo de que ante pequeños peligros de la vida diaria ya no reacciona como antes. Se adormece. Y se protege. Es muy frecuente que las personas que han vivido catástrofes no tengan por mucho tiempo deseo sexual. No pueden distraerse, no pueden sentir.
También pasa con experiencias cotidianas. He visto relaciones de pareja en crisis donde la vida sexual es el lugar de encuentro y luego, después del amor, la hostilidad continúa. El miedo a sentir para luego ser abandonado nuevamente los hace evitar la intimidad, que antes fue un consuelo y hoy es amenaza de más dolor.
Sería bueno tener esto en cuenta cuando interpretemos lo que nos pasa. Porque el inconsciente existe y el miedo produce efectos inexplicables si no se entiende que también hay que defenderse del miedo a sentir.