Muchas veces los padres y los educadores nos sentimos abrumados por algunas situaciones que puedan estar viviendo los niños y, en ocasiones, nos sentimos sobrepasados y, por qué no, a veces desesperanzados. En ocasiones buscamos inventar complicadas estrategias para ayudarlos y fortalecerlos. Para que esto suceda los niños requieren de la compañía de adultos significativos: sus padres, sus profesores, sus amigos que, con su presencia cotidiana, van formando personalidades resilientes.
Todos queremos que los niños tengan la capacidad de enfrentar las dificultades que les va deparando la vida en forma resiliente; es decir que sean capaces de reinventarse frente a los problemas y hagan uso de sus recursos que, aunque debilitados por las circunstancias o las crisis, les permiten salir de ellos fortalecidos.
En su libro "Resiliencia. De vidrio roto a vitreaux", de Gloria Hussmann y Gabriela Chiale, narran la historia de Marianela, quien cuando tenía diez años, había quedado huérfana, primero de padre y, posteriormente, de madre. A raíz de estas dolorosas situaciones, Marianela se aisló y dejó de comer. De adulta percibe que quien realmente la rescató en su inmenso dolor fue la abuela de una amiga. La visitaba a diario, le daba unas cucharitas de yogur y le hacía un gesto de cariño en la cabeza, tarareando una canción en alemán. Ella relata que ya adulta "se me apareció la imagen de esa mujer acariciándome la cabeza y tarareando bajito esa música. Lloré toda la tarde pero no de tristeza y me prometí que cuando hiciera mi trabajo le pondría un plus... no sé, una caricia, una palabra o, por qué no, tararearía una canción".
Quizás, el poner un poco de ternura, decir una palabra amable, hacer un gesto de cariño. Hacer lo mismo que hacemos siempre pero poniendo un plus. Es lo que los hijos necesitan para sentirse acompañados y fortalecidos cuando tienen que enfrentar situaciones difíciles, sentir que aquellos a quienes quieren están próximos, sintonizan con lo que sienten y, a la vez, les entregan un mensaje confiado en que él o ella saldrá airoso.
Pero también es importante el aprender por modelos. Poner algo más de lo que es obligatorio en lo que hace, ese pequeño gesto en que los niños pueden percibir el amor de sus padres. Es reconocerles lo orgulloso que están cuando hacen algo bien, pero también estar ahí para comprenderlos y acompañarlos cuando fallaron o cuando algo no ha salido bien. Mandarles una carta o un correo cuando se está lejos, llevarle su comida preferida porque no es su cumpleaños. El amor que se siente en esos pequeños gestos resulta muy sanador y favorece la recuperación emocional de los niños. Sentirse acompañados y comprendidos por los adultos a cargo cuando están tristes o solos, los proveerá de la energía para crecer emocionalmente.