Para introducir el tema, dos episodios coincidentes o concertados ocurridos este domingo pasado: acababa de terminar el clásico con la U y Emiliano Vecchio agradecía el triunfo colocolino al Señor, porque sin la ayuda de él su equipo no habría podido ganar; horas más tarde Unión Española derrotaba en un ajustado partido a Cobreloa y Marcos González, autor de un tanto hispano, le dedicaba su primer gol a la figura de Cristo que dirige y modela su vida.
La situación se empieza a reiterar en las canchas locales. Varios futbolistas renombrados y otros tantos secundarios dicen haber encontrado el camino en la palabra del Señor. Se reconocen asiduos lectores de las sagradas escrituras, seguidores del Evangelio y asistentes frecuentes a reuniones en la Casa Estudio Bíblico, oráculo de los jugadores chilenos, dirigida por el pastor Julio Pastén, ex volante de Colo Colo y dirigente del Sindicato de Futbolistas. El consenso entre ellos es generalizado: todos admiten que son otras personas desde que se convirtieron al cristianismo.
La revelación divina que les ha cambiado la existencia a numerosos jugadores alimenta un principio inquebrantable: la fe. Todo lo que sucede procede de un designio superior, y el fútbol, obviamente, no se exceptúa. Se trata de una actividad tan humana como mundana, propensa a una serie de amenazas materiales para quienes la transforman en su profesión, y que para controlar y encausarla por el camino del bien requiere una conducta fundamentada en lo espiritual por parte de los conversos.
El fenómeno que se ha generado en Chile no es para nada exclusivo. La iglesia evangélica ha penetrado en el mundo deportivo, en especial en el del fútbol, porque los actores cumplen varios requisitos básicos. El proceso de captación se facilita cuando se trata de jugadores inermes ante un constante bombardeo de intereses y tentaciones, con dinero para salirse de control pero sin herramientas y conocimientos para enfrentar a quienes manejan sus carreras. El beneficio, a su vez, es monumental porque los devotos representan una plataforma de difusión con alto poder disuasivo para sus miles y miles de seguidores.
Son varios los técnicos que asumen que la evangelización es una solución efectiva para planteles en los que la disciplina individual es débil y la frágil composición familiar más las amistades suman una fuerza incontrarrestable, sobre todo cuando el ascenso profesional y económico de los futbolistas es meteórico y los consejos son desoídos. En contrapartida, hay varios entrenadores que ven a la religión como una actividad que confunde las prioridades de los jugadores, porque consideran al "pastor guía" como el verdadero líder, al rival como un "hermano", a la competencia como una experiencia religiosa, al camarín como un templo de oración, al grupo como un rebaño y al resultado final como un plan celestial.
Ambas posiciones podrían considerarse exageradas, viniendo de actores tan sensibles a la victoria o derrotas como son los técnicos. Pero cuando tras la consecución de un logro el discurso de los futbolistas jerarquiza la divinidad por sobre los recursos deportivos y el trabajo terrenal, cabe preguntarse si los positivos efectos de la evangelización ya traspasaron ciertos límites razonables para ingresar al área del fetichismo.