El grande y profundo escritor Baltasar Gracián, en dos momentos distintos de su vida, destacó los primores del héroe y los realces del discreto. No tenía entonces la voz héroe, aclara el sapiente Critilo, las mismas connotaciones que luego adquirió. El héroe era el hombre cabal, que afronta la vida con dignidad y lustre. El discreto, en cambio, era para Gracián el hombre de mundo, el cortesano que en su cortesanía no desdeña las verdades del duro existir. Sabe, por ejemplo, que la malicia exige milicia. Esto es, el hombre pleno, que ya no es héroe, sino ciudadano plausible, lucha contra las adversidades y las perversidades con buen talante.

Quienes leen la obra de Gracián se sienten cautivados por la apariencia contradictoria de algunas de sus enseñanzas morales. Ha sido por eso mal interpretado. De su lectura se desprende la convicción de que si Dios creó a los seres humanos buenos, la sociedad termina por corromperlos. Lo dirían otros después. También Rousseau. Pero la enseñanza es que el genio, el ingenio y la prudencia, con recto desarrollo y cultivo, pueden ser antídotos contra los males del vivir.

Necesitamos más héroes. También más discretos.

ANDRENIO