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Cartas
Miércoles 22 de octubre de 2014
La inclusión como meta
Señor Director:
La comisión de Educación de la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley que hace de la inclusión una condición prescriptiva para todos los colegios. Pero el trámite de suma urgencia carece de algunas precisiones, como qué se requiere para implementar esta medida. Además de contravenir un aspecto ineludible a considerar: los apoyos de los consensos sociales amplios son la única forma para lograr el éxito.
Este nuevo escenario presenta para los colegios un alto grado de complejidad, especialmente en un país con grandes desigualdades, con salas de clases numerosas, con escasos recursos, con profesores sin la debida capacitación y sobrecargados de trabajo.
El primer inconveniente que presenta es que concibe la inclusión como una exigencia imperativa, sin ningún tipo de restricción. Su complejidad obliga a que la ley brinde a los colegios oportunidades lo suficientemente abiertas y flexibles para tener en cuenta escuelas con necesidades, realidades e intereses diferentes. Una propuesta de ley más efectiva debiera concebirla como la consecución de una meta a lograr y no como un resultado de una imposición legal.
En segundo lugar, creemos que esta meta debe ser parcial, pero que tienda siempre a la cobertura total. Y en tercer lugar, debiera plantearse en términos de un proceso de mejoramiento, que va alcanzando gradualmente cuotas superiores de inclusión.
Esto daría amplios márgenes de maniobrabilidad a las escuelas para prepararse y tomar las medidas adecuadas para planificar y generar sus propios procesos de inclusión, según su historia y características. La inclusión no es un proceso lineal ni rápido que avanza con ritmos uniformes. Es una construcción teórica, filosófica y práctica, que necesita tiempos, pausas, insumos y asesorías, y que admite procesos distintos para cada una de las escuelas. Una exigencia de inclusión total, inmediata y perentoria a los colegios a partir de la publicación de la ley, no será más que una ley que desconoce la pesada dinámica de los establecimientos educacionales, y que puede causar mucho daño.
La inclusión total no es más que un irreal optimismo; no todas las escuelas se encuentran con las cualificaciones necesarias ni con el personal formado para educar en entornos socioculturalmente heterogéneos.
Para evitar que la inclusión se convierta en un fracaso generalizado se necesita de una marcha blanca previa a la instalación de la reforma, la cual debiera empezar aplicándose sectorialmente y avanzar paulatinamente hasta abarcar a todo el país. Esto permitiría recoger experiencias, aprendizajes, prevenir errores y hacer reformulaciones para concluir con mejores resultados este complejo proceso. Esto es lo que se observa en los estudios comparados de las mejores reformas del mundo. Esperamos que en Chile abramos la mirada para aprender de los errores ajenos.
Hno. Jesús Triguero J.
Presidente Fide