Es el animador número uno de la televisión chilena, no porque lo diga la voz en off que cada noche de "Estamos invitados" lo presentó. Lo es porque pese a que "Sábados gigantes", el espacio que le dio familiaridad local y fama internacional, ya no se ve en Canal 13, él es el único que es capaz de convocar ante sí a decenas de personas dispuestas a emocionarse en televisión y a millones de chilenos dispuestos a emocionarse con lo que en ella se ve.
Estratégicamente, justo antes de la próxima Teletón, Mario Kreutzberger vuelve al horario estelar para ejercer lo que terminará siendo el epitafio de su carrera profesional. Si cuando joven hizo reír, a costa del ridículo propio y de los otros, es en la madurez de su carrera cuando romper otros pudores más profundos lo lleva a ser número uno de nuestra televisión.
Romper el miedo a exponer la enfermedad mortal de un hijo, en el caso de Leonor Varela; abrir un flanco en la coraza posterior a una ruptura matrimonial, en el caso de Amaro Gómez-Pablos y Amaya Forch; y aceptar su dimensión más frágil en el caso de exitosos profesionales, como Juan Manuel Astorga, Pablo Longueira y Stefan Kramer, es algo que ningún otro animador-entrevistador, de los que han surgido por montones en los últimos años, pueda hacer.
DJ Méndez, el hombre que ha llorado en cámara en cada presentación del Festival de Viña del Mar, que en un reality ha expuesto su intimidad familiar, y que llora cada vez que le preguntan por el sufrimiento que siendo joven delincuente le causó a su mamá, muestra a las claras que los años que vivió en Suecia lo alejaron de la realidad que por años construyó nuestra televisión: "¿Me quiere hacer llorar, Don Francisco?", preguntó.
Pues sí, en un programa que no compite con ninguno otro de entrevistas en fuerza de producción, puesta en escena -el familiar Valentín Trujillo y la accesoria Jhendelyn Núñez incluídos-, lo que Kreutzberger busca es revivir su capital de pater familias de esta nación. Se instala en set preparado, conociendo las historias al derecho y al revés, y con una batería de sorpresas que buscan gatillar una cuota de impredecibles -para los invitados y para él- a cada reunión. Solo él está capacitado para entender, empatizar, juzgar y hasta perdonar. Todos pasan delante de él, como si en esa conversación se fuera a producir una sanación.
Y no, lo único que ahí sucede es la manipulación de la emoción más excelsa y lograda que por estos días brinda la televisión. No es fina, condescendiente ni respetuosa, es invasiva y apremiante, como Kreutzberger es. Pero así y todo, es la mejor que hay si se la compara con otros animadores de programas de entrevistas que, al inquirir sobre un episodio doloroso del entrevistado, no pasan de preguntar -por falta de vocabulario, empatía o información- "¿y qué te pasa a ti con eso?"... La emoción no es pasajera, y eso bien lo sabe el conductor de la próxima trigésimo sexta Teletón.