Aunque ingrato, el comentario del prestigioso Financial Times, simplemente consigna que el llamado "Chile Day" se ha celebrado en Londres cuando Chile no está en su mejor día. Que otros países también estén en un desempeño mediocre no hace sino confirmar que debemos aunar fuerzas y enmendar rumbos.
Para salir de la mediocridad hay que recuperar el valor del buen trabajo técnico en el diseño de las políticas públicas y desechar las simplificaciones ideológicas que se han enseñoreado del discurso político.
En el pasado, Chile se hizo de una merecida buena reputación de creatividad e inteligencia. En cambio, hoy las principales reformas del Gobierno se presentan y defienden con argumentos técnicamente inadmisibles. Por ejemplo, se pretendió hacernos creer que subir fuertemente los impuestos no afectaría la marcha de la economía ni el costo de vida de la clase media. Aunque el Gobierno terminó rectificando su postura inicial, su credibilidad técnica resultó mermada.
A falta de buen raciocinio técnico suele recurrirse al eslogan ideológico. No es convincente una reforma para mejorar la calidad de la educación que no toca a los establecimientos municipales, en los que residen los peores problemas, y apunta contra la educación particular. Aunque es válido discutir cuán compatible pueda ser el lucro y la selección con una educación de excelencia, no hay evidencia concluyente que sustente las prohibiciones que promueve el Gobierno. Mientras tanto, la Nueva Mayoría se embarca en una verdadera yihad contra el lucro, que podría terminar prohibiéndolo en toda actividad que utilice subsidios estatales. Esto es, no solo en los establecimientos educacionales, sino también en sus proveedores de servicios y materiales. Igual lógica cabría extender a la salud, la vivienda y muchos otros campos.
Con poco más de seis meses en el poder, el Gobierno ha transmitido que las bases mismas de nuestro modelo de desarrollo, basado en la propiedad privada y la libre competencia, están en revisión. No hay sector productivo que no se sienta amenazado de un cambio diametral en las reglas del juego. Nadie puede extrañarse que ello despierte desconfianza y conduzca a la parálisis económica.
En Francia, el gobierno socialista está enfrentando la mediocridad con un plan que -al estilo del "impulso competitivo" del 2011- pretende derribar barreras burocráticas y regulatorias para crear y desarrollar empresas. En Brasil, el gobierno de Dilma Rousseff -luego de tres años con un mediocre crecimiento de menos de 2% al año- puede terminar siendo rechazado en las urnas el próximo domingo. Más le vale a la Nueva Mayoría reconsiderar su estrategia.