Harold Mayne-Nicholls llegó a la FIFA bajo la administración de Joao Havelange, por lo tanto, vivió plenamente el auge y decadencia de Joseph Blatter, bajo cuyo mandato llegó a ser uno de los funcionarios más influyentes y poderosos. Ahora quiere, legítima y saludablemente, rivalizar con el suizo en las próximas elecciones, para lo cual solicita el apoyo de la Federación chilena.
Después de leer la entrevista publicada en estas páginas, queda claro que la idea de presentarse surgió luego de que Blatter no cumpliera su palabra de retirarse después de terminado su actual período. Y que -pese a los años que sirvió en Zurich- Mayne Nicholls no supo de casos de corrupción ("porque no soy detective"),y que si los conociera, los habría denunciado.
Su diagnóstico central es que el de la FIFA es un problema de imagen y que, para remediar las eventuales compras de votos ("no he visto ni una sola prueba de aquello"), hay que imitar el actual procedimiento del COI para elegir las sedes de Juegos Olímpicos.
En rigor, ningún candidato a presidir la FIFA tiene por qué estructurar un programa. No necesita expresar ni una sola idea para acceder al poder y no se requiere, de modo alguno, hacer una campaña ni para los medios ni para la opinión pública. Lo único que necesita es simple: convencer a 105 personas de que lo mejor para todos es que él resulte elegido. En ese universo -cerrado y clausurado- se decide el futuro del fútbol mundial y nada de lo que piensen los aficionados o los periodistas podría cambiarlo.
Saber si el candidato es continuista o reformista, si quiere cambios profundos o maquillaje, si ejercerá su función con el afán de un detective o de un cómplice pasivo, o cuáles son las medidas más urgentes que urge implementar no tienen relevancia alguna, porque ese debate no influirá en la elección del sucesor de Blatter.
Hacer, por ende, un despliegue de ideas en los medios honestamente no tiene sentido. Tampoco lo tiene para Sergio Jadue, quien postula a la reelección en la ANFP sin que se tenga si quiera un esbozo de sus ideas, porque no las necesita. La tarea del calerano es aún más simple, porque su universo de votantes es infinitamente más reducido.
Cuando llegó al sillón de Quilín, Jadue no necesitó ni de ideas ni de programa, ni requirió convencer a nadie, porque era el único hombre que podía superar la emergencia. Fue, en sus comienzos, cabalmente un mandatado al que las circunstancias, la justicia y los cambios en las sociedades anónimas le fueron otorgando autonomía y redes. Hoy, empoderado y apoyado, anunció 50 medidas para su futuro gobierno que, por supuesto, aún no se conocen y no necesitan conocerse: le basta con convencer a un puñado de votantes que se mueve más por sus intereses propios que por ideas.
Para ser justos, lo mismo reza para la oposición que, se dice, quiere alzar una alternativa. El candidato, las ideas, los cambios que se busca implementar no importan a estas alturas. Lo que importa son los votos (18 de primera, 14 de segunda). Por eso, es más conveniente el secretismo que la opción de salir a anunciar intenciones para el futuro del fútbol chileno. Se requiere, a no engañarnos, de "financiamiento reservado". El suficiente para convencer directamente a un pequeño grupo.
No es tan difícil. Son pocos los clubes donde el que aspira a ser presidente propone una medida, porque lo que importa es el peso en el directorio. O sea, el dinero y las alianzas. No hay campañas, y, por lo tanto, no hay propuestas en ninguna elección de presidente de club. Porque, es hora de asumirlo, en el mundo del fútbol las ideas no tienen importancia.