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Día a día
Miércoles 01 de octubre de 2014
Viaje y fe
"Jerusalén, la ciudad de la paz, es también la coronación espiritual de casi cualquier viaje realizado con afán religioso. Es allí, en medio de sus muros y de sus rincones sagrados, donde el peregrino decanta y ahonda el estrecho vínculo entre su creencia fundamental y su existencia personal..."
La imagen de la vida como un viaje es recurrente en muchos escritos, pero la relación entre viaje y fe, o la idea del viaje como un modo de dar cuenta de la fe, lo es mucho menos. Sin embargo, es claro que en algunos momentos de la vida hay viajes que uno realiza desde la fe y en la fe, pues los lleva a cabo en condición de peregrino, con un espíritu religioso y en actitud de plegaria, penitencia y adoración. Tierra Santa, por ejemplo, es uno de esos lugares en los que el viajero, ante todo, es un caminante en oración, un hombre que, en la íntima verdad de su historia, presenta su súplica al mismo Dios que ha honrado esos sitios de una manera sumamente singular.
Jerusalén, la ciudad de la paz, es también la coronación espiritual de casi cualquier viaje realizado con afán religioso. Es allí, en medio de sus muros y de sus rincones sagrados, donde el peregrino decanta y ahonda el estrecho vínculo entre su creencia fundamental y su existencia personal.
Vivir, entonces, exige a veces viajar, pero no como un turista, sino como un creyente que busca, en un determinado lugar, nutrir y despertar su fe, la misma que en ocasiones decae y se adormece en la rutina de siempre.
RODERICUS