A mediados de los años 70 me apresuré a advertir que un clima de corrupción estaba invadiendo al mundo del fútbol. Las ansias de poder de esos días nunca antes se habían visto -al menos con esa intensidad y magnitud-, amenazando con extenderse del sector directivo a otras áreas.
La prensa sería un campo apetecido por los poderosos y así fue como un poderoso holding financiero-futbolístico quiso apoderarse de la revista Estadio, haciendo una oferta irresistible para su propietaria, la Editora Nacional Gabriela Mistral. Su presidente, el general del Aire Diego Barros Ortiz, un poeta aviador, quiso salvar la independencia de la revista y advirtió a los millonarios que había un pacto de venta a un grupo de los periodistas que la hacían y que, en consecuencia, cualquier comprador debería asociarse con ellos.
Y los periodistas nos asociamos, exigiendo mantener la tuición absoluta de la línea editorial de la revista. Lo conseguimos (Antonino Vera, Julio Salviat y este columnista), impidiendo al mismo tiempo el acceso a la plantilla de cualquier periodista de reputación dudosa o con vinculación con los socios capitalistas. Era la forma de salvar la continuidad de una publicación histórica. Y digna desde su fundación.
Naturalmente, podíamos responder por la línea de la revista, pero no de todos los cercanos al fútbol. Y a pesar de nuestras protestas y advertencias, el medio siguió corrompiéndose. Se impuso la idea de que "los triunfos se consiguen en los pasillos", que "siempre nos ganaron con trampa" (muchas veces, sí, pero no siempre...) y que "debíamos sembrar el terror en las tribunas".
Se entró, de ese modo, en una espiral de violencia y de insensatez que en el futuro nos habría de costar altos precios. En pocas palabras: el ciclo se cerró en 1989 -mire la casualidad-, cuando el mal llamado "maracanazo" (fue solo un "condorazo") de Roberto Rojas nos dejó fuera del mundo del fútbol.
Le cuento esta historia, tan brevemente como es posible, porque advierto signos preocupantes en la actualidad. La ausencia de crítica hacia los poderosos mandamases del fútbol, el silencio opinante de quienes se ganan la vida opinando, las dificultades aparentemente invencibles para hacer preguntas objetivas sobre temas candentes, el perceptible cuidado en la línea editorial de algunos medios, todo eso me hace pensar en el retorno de un doloroso momento del fútbol y de los medios.
Hoy, por cierto, a diferencia de los años 70, no es el miedo lo que explica el silencio. Y entonces uno teme que sea por algo peor: el interés. El interés por lograr una "exclusiva", por ejemplo (como en entrevistas que he escuchado a Sampaoli que parecen pauteadas en la ANFP), o intereses distintos.