Las casas son cada vez más pequeñas y en las grandes ciudades la mayoría de las familias viven en edificios de departamentos, sin jardines ni áreas verdes para que los niños jueguen. Así se va perdiendo ese contacto cotidiano con la naturaleza, que es tan vivificante y que tanto aporta a la calidad de vida. Los niños de esta generación han tenido menos oportunidades que las generaciones anteriores de ver las maravillas de la naturaleza, de observar cómo maduran los frutos de un árbol de damasco, de sentir el olor de un tomate recién cortado, o de ver cómo crecen las semillas que han plantado. Pero hasta en el más pequeño de los departamentos se puede lograr sembrar una matita de menta o de perejil, comprar una planta con flores o cactus, o tener una enredadera para adornar la terraza y cuidarlos, como lo hacía el padre de Mafalda en su estrecho departamento del centro de Buenos Aires.
Cada día existe más evidencia de que el contacto con la naturaleza da tranquilidad y disminuye el estrés, pero que además es una instancia de estimulación cognitiva. La naturaleza es fuente de una energía maravillosa que conecta con la belleza, favorece el interés por el ejercicio y estimula la producción de endorfinas, lo que genera una gran sensación de bienestar.
Estar al aire libre despierta emociones positivas. La estética y los diferentes olores que provee la naturaleza son un bálsamo para las tensiones que niños y adultos deben enfrentar. De alguna manera, aprender a admirar la naturaleza inmuniza contra las tensiones del día a día.
Leer poesía también transmite una visión de la naturaleza, y favorece en los niños el sentido estético. Por ejemplo, leer con ellos la "Oda al tomate", o a la cebolla, de Pablo Neruda, les entrega una dimensión poética del mundo que los rodea.
Jugar al aire libre debería ser para todos los niños -especialmente para aquellos que tienen pocas oportunidades de estar en áreas verdes o en espacios abiertos-, para las familias y los contextos escolares, una actividad prioritaria a realizar diariamente. Se ha demostrado que después de jugar en espacios abiertos, se mejora la regulación de las emociones y aumenta la sensación de estar en paz.
Una rutina diaria para los niños podría ser una caminata, y si se saca diariamente a pasear las mascotas ¿por qué no hacerlo con ellos? Caminar libera tensiones y estimula la amistad y usted se asombrará de lo que conversan y comparten los niños, después de veinte minutos de caminar juntos, o de hacer un paseo en bicicleta.
Otra forma de conectar a los niños con la naturaleza es intervenir y mejorar los espacios físicos. Plantar un árbol, o al menos un bulbo en un macetero, entrega al niño el mensaje de que él puede contribuir a mejorar el entorno natural y conectarse con los procesos de crecimiento y de vida.