¿El mundo se encamina a un caos? En la historia humana, la tendencia a la disgregación convive con otra que orienta hacia un orden, mejor o peor, aunque en general diablo conocido.
En cuanto al caos, impresiona por cierto el hecho de que una secta puritana con rasgos milenaristas (emparentados con el nihilismo, y en ese sentido nada de ajena a la modernidad) de una de las tres grandes religiones monoteístas haya tomado protagonismo cual legión extranjera autónoma en vastos espacios en una zona sensible de la política mundial. Es de suponer que su pervivencia no será eterna, aunque lo ya sucedido es bastante espectacular y escalofriante. No es algo demasiado nuevo. Hace unos años nos asombrábamos de que los piratas del Caribe parecían haber resucitado en el Cuerno de África, una ruta vital del tráfico naviero mundial. Lo arcaico y lo moderno caían en simbiosis ante los ojos atónitos de las grandes potencias, en un comienzo impotentes por controlar el asunto. Hay una raíz común con el Califato de ahora, eso que devino en llamarse "estados fallidos"; el caso de Irak -y hasta cierto punto de Siria- en estos días; y el de Somalia y su entorno en el último cuarto de siglo.
Aunque las grandes potencias han llevado velas en el entierro, el problema radica siempre en el fracaso de fórmulas internas que sean a la vez eficaces y que representen un mínimo común civilizador. La soberanía política sigue constituyendo una de las vigas maestras de todo país, de toda sociedad. En América Latina tenemos el interminable caso de Haití, aunque hay algunos otros casos que asoman la nariz. En nuestra región, para su nivel de desarrollo existe otra fuente de caos, emparentada con la anterior: cuando por crimen organizado o espontáneo, barrios enteros de ciudades dejan de ser amparados por la seguridad y el Estado de Derecho. En tres décadas en Chile también hemos "avanzado" en esta dirección. La civilización de nuestra época no podrá sortear los retos del futuro si no logra revertir la tendencia.
Cien años después de 1914 -y todo lo que significó- parece revivir la competencia entre estados como un rasgo destacado de conflicto en la política mundial. Quizás solo lo autodestructivo de la técnica militar impide que se materialice una hecatombe bélica. En contrapartida, la creatividad política de la zona de cooperación posible, si bien no sin problemas (estos por lo demás manifestación esencial a lo humano), sigue siendo un factor de orden y civilización de las democracias occidentales. Es lo que representan Estados Unidos, la Europa de la Unión y la OTAN, a lo que se le añade Japón (poco aporta) y quizás se agregue Corea en el curso de los años.
Entretanto nuestra América Latina, a pesar de la retórica altisonante de algunos líderes, podría encaminarse hacia una convergencia con este último bloque. Mucho dependerá de la ruta que emprenda Brasil, y no me refiero solamente al desenlace que tenga Dilma, sino que a una dirección de largo plazo, en esa orientación, que a su vez da tantas posibilidades de flexibilidad y autonomía; y que como sociedad también asuma el desafío de incrementar el desarrollo social y económico, ya que muy potencia será por el tamaño, pero sigue siendo un país con grandes sectores sumidos en la pobreza y en la violencia. En cierta manera es un resumen de lo bueno y lo malo de esta región. Desgraciadamente en nuestra historia republicana tantas veces los latinoamericanos nos hemos aproximado a desempeñar ese papel, de construcción de un orden con espontaneidad, para que en la escena siguiente las cosas vuelvan a trastocarse.