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Cartas
Lunes 29 de septiembre de 2014
Los encapuchados de las redes
Las redes sociales han dejado hace bastante de ser un pasatiempo. Son una oportunidad para contactar e integrar a las personas, fortalecer lazos, informarse en el momento mismo de la noticia, generar opinión e incluso oportunidades de trabajo o negocio. Sirven para lo mejor... y también para lo peor.
Tristemente, la prepotencia que se genera en algunos conductores, que a pie son lo más bueno que hay, pero que al volante se convierten en energúmenos, se trasladó a una importante herramienta de interacción ciudadana.
Hoy se observa un creciente envalentonamiento en los internautas; en los espacios virtuales está naciendo un nuevo tipo de furioso guerrillero. Sus armas: la agresividad y la descalificación ilimitadas. Su armadura: la pantalla y el teclado.
El guerrillero virtual tiene el poder de lanzar ráfagas de insultos y ofensas a discreción. Domina el lenguaje agresivo, posee el conjuro de la impunidad y en ocasiones del anonimato de los nicknames y nombres falsos, transformándose así en un encapuchado de las redes. Se ve su activismo en todo tipo de foros, blogs y redes sociales, lanzando diatribas ante la provocación mínima de un "oponente", que por lo general se trata de alguien con una opinión distinta. La furia y ataques inmisericordes arremeten en especial cuando se debaten noticias de corte político, o dichos de personajes de alta exposición pública.
He leído de todo, desde burlas por la apariencia física de alguien, pasando por descalificaciones gratuitas y cobardes, hasta desearle la muerte a un líder político por alguna declaración que no es del agrado del comentarista cibernético (lo que la legislación en España entiende como delito). Todas las plataformas sirven para agredir a con quien no se está de acuerdo, en especial las dos más grandes, Twitter y Facebook. Lo he visto aquí, en los foros del portal de este mismo diario, en otros similares e incluso lo he experimentado personalmente en las redes sociales de un programa de televisión que integro; un espacio de viajes completamente alejado de la política y la contingencia dura, pero donde basta que algún internauta furioso vea algo que no le guste para que salte al cuello con la boca espumante de expresiones agresivas que rayan en la ofensa.
¿Seríamos capaces de insultar de igual forma a la misma persona, teniéndola al frente en carne y hueso, o somos conscientes de que el anonimato, la lejanía y el parapeto del teclado nos embravece y da el comodín de ofender sin mayores represalias? Probablemente en persona el trato sería otro, pues si fuese el mismo quizás habría sangre. ¿Potencian las redes sociales no solo nuestras saludables ganas de interacción, sino también lo peor de nuestra rabia, frustración y bronca hacia los demás? Todo indica que sí, y lo peor es que muy pocos se han librado de esa impune tentación. Yo no.
Bruno Ebner