La psicología y los medios nos aseguran que nuestra vida depende de nuestras decisiones. Esta afirmación nos produce mucha ansiedad, porque en nuestras manos está decidir lo correcto o lo incorrecto para nosotros y los nuestros. Nos produce culpas porque si el resultado no es perfecto o no se ajusta a expectativas, fue porque nosotros tomamos mal una decisión, no sopesamos las alternativas de buena manera o nos dejamos llevar por nuestros miedos o nuestra arrogancia. Y por último, nos da mucha inseguridad y sensación de inadecuación porque nos sentimos responsables.
Todo lo anterior es real. Somos responsables. Pero no es real que tengamos el control de todas las variables cuando tomamos decisiones.
La ilusión del control es probablemente uno de los males más grandes de nuestros tiempos. Y es normal que creamos que podemos controlar si pensamos que la ciencia cada día es capaz de predecir mejor. Pensamos: si nos informamos, deberíamos tomar buenas decisiones. Lamentablemente, es también cierto que la necesidad de confiar en la vida o en Dios o el destino, es cada vez más grande. Por ejemplo, una mujer que hace yoga y dieta y deja de fumar y tomar cuando está embarazada, pero luego debido a que el niño se enreda en el cordón umbilical no puede tener el parto natural -el parto perfecto para el que estaba preparada- no es responsable de que las cosas se hayan dado así. Pero se frustra y se siente inadecuada. Aumenta su miedo a lo impredecible. Se olvida que la naturaleza tiene sus caminos.
Lo mismo le ocurre al empresario que tomó una decisión súper bien informada sobre un negocio con el extranjero y lo perdió porque hubo un tsunami que arrasó con todo. Esa es la naturaleza.
Y también, si miramos la vida propia, hay tantas cosas nuevas que llegan después de los fracasos. Equivocarse es un acto de profunda humanidad, que nos recuerda que somos imperfectos y que nos obliga a confiar en que "las cosas pasan por algo", como decían las abuelas.
Si queremos cuidarnos, dejemos de creer que todo depende de nosotros.