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Editorial
Domingo 21 de septiembre de 2014
El problema de la confianza
Gobernar requiere un delicado equilibrio entre seguir las convicciones propias y restaurar las confianzas amagadas, y precisa, además, una revisión constante de los diagnósticos iniciales, para luego combinar con sabiduría las abstracciones voluntaristas teóricas con las realidades empíricas prácticas.
La confianza ha sido identificada por los estudiosos de las sociedades humanas como uno de los factores más importantes para que ellas se desarrollen y progresen, esto es, para que creen riqueza y mejoren la calidad de vida de las personas, así como la convivencia social. Es el factor que permite que las personas anticipen el futuro con menos incertidumbre, planeen sus actividades con un horizonte de tiempo más largo, y consigan con ello que el complejo tejido de la interacción social aumente el valor de lo que la sociedad genera, sea bienes materiales, culturales, deportivos, científicos, filosóficos, de esparcimiento u otros.
La confianza es lo que permite que haya transacciones sin que se exija una simultaneidad en el intercambio: así, un trabajador labora un mes completo en la confianza de que se le pagará su salario al fin del mismo, y las casas comerciales están dispuestas a otorgar crédito a sus clientes en la confianza de que estos pagarán esa compra en los meses siguientes en cuotas. Del mismo modo, ella está en la base de los proyectos de las personas para sus vidas y las de sus familias, pues los emprenden bajo el supuesto de que el futuro se desenvolverá según patrones conocidos y consensuados. Por eso, la confianza florece en ambientes con reglas claras y estables, y se resiente en ambientes con reglas imprecisas y cambiantes. Las primeras tienden a despejar las incertidumbres del futuro, las segundas tienden a aumentarlas. Pero como lo que los ciudadanos persiguen en su vida diaria es obtener resultados positivos para sus vidas, la precisión y claridad de las reglas no basta para impulsar la actividad humana si tales reglas no dan buenos resultados. En ese caso, la sociedad retrocede o decae, y junto con ello la confianza. Esta, en suma, requiere reglas que creen incentivos adecuados para que su necesaria permanencia en el tiempo se sostenga de manera natural, y como consecuencia, se produzcan los positivos resultados que las personas anhelan para sus vidas.
Dado lo anterior, no resulta sorpresivo que la confianza se haya resentido luego de seis meses desde la elección de Michelle Bachelet como Presidenta de la República y de la Nueva Mayoría como dominadora de ambas cámaras del Congreso. Pese a que el voto popular ratificó la amplia gama de proyectos de cambio que ese conglomerado propuso al país durante la campaña -tributarios, educacionales, previsionales, laborales y constitucionales, entre otros-, una vez instalado el Gobierno la población percibió que dichos cambios ya no eran un planteamiento teórico, sino una realidad práctica e inminente, lo que modificó su enfoque. El detalle de los proyectos de ley presentados y el análisis de sus consecuencias -por ahora circunscritos al ámbito tributario y educacional-, junto a la desaceleración económica ratificada mes a mes, que introduce aun más incertidumbre en un ambiente ya saturado de ella, han configurado el cuadro de confianzas alteradas que se observa en el país.
Este ambiente, con distintos matices, ha permeado al resto de la población, que ha hecho suya parte de esa desconfianza, y las últimas encuestas de percepción de la economía de Adimark así lo ilustran (49,2%, 47,5% y 43,1% en junio, julio y agosto de este año). Eso explica que se revirtiera el apoyo inicial a la propuesta tributaria original, al advertir la ciudadanía el daño que ella le infligiría al clima de prosperidad que se vivió en los años anteriores, transformándose luego en un rechazo. También explica la resistencia que expresan numerosos grupos de padres a la propuesta educacional, tras constatar las restricciones que se les introducirían a los proyectos educacionales que ellos habían escogido para sus hijos.
En el ámbito económico, donde la confianza juega un papel especialmente relevante, pues modifica las expectativas de los agentes -hacia arriba cuando aumenta y hacia abajo cuando disminuye-, el Gobierno ha introducido un alza importante en la carga tributaria, y ha anunciado cambios laborales que tenderán a desalinear los salarios con la productividad de los trabajadores, al pretender conferir poderes monopólicos a los sindicatos. Además, su discurso ha sido particularmente contrario al sector privado y a las consecuencias de su actuar. El diagnóstico sobre el cual se articuló la Nueva Mayoría es que la desigualdad (de ingresos) es el mayor problema del país, y el afán de lucro es una lacra (aunque el discurso se refiera solo al ámbito educacional, la extensión a otros campos es inevitable). En ese cuadro, los agentes privados creadores de riqueza -cuyo incentivo para innovar y emprender es el denostado afán de lucro, y cuya gestión origina desigualdad- se transforman, en el subliminal lenguaje implícito en ese diagnóstico, en los causantes de los males del país. Si a eso se agregan el rechazo al sector privado declarado por la ministra de Salud, las anunciadas restricciones al derecho de propiedad en el agua, las dificultades que se avecinan para los sostenedores educacionales privados (y posiblemente también para los universitarios), se explica la pérdida de confianza.
Ante esto -justo es destacarlo-, el Gobierno ha reaccionado. Modificó la propuesta tributaria inicial, ha hecho correcciones a los proyectos educacionales, ha mantenido un diálogo formal e informal con agentes del sector privado, y su discurso se ha morigerado. La Presidenta ha invitado a personeros del mundo de los negocios a sus viajes, y ha reconocido en varias ocasiones el aporte que hacen al desarrollo del país. El Ministerio de Hacienda ha anunciado, como lo expresó el subsecretario Micco, que luego de aprobada la reforma tributaria, que "reparte la torta", se concentrará en "hacerla crecer". En general, se advierte el intento del Ejecutivo de hacer un esfuerzo por revertir lo anterior.
Con todo, el Gobierno se enfrenta al dilema de continuar avanzando en su programa, esperando que estas dificultades sean solo pasajeras, o hacerse cargo de ellas y de la desconfianza que han despertado, adoptando medidas que la restauren, aun a costa de las críticas de algunos de sus partidarios. Gobernar requiere un delicado equilibrio entre seguir las convicciones propias y restaurar las confianzas amagadas, y precisa, además, una revisión constante de los diagnósticos iniciales, para luego combinar con sabiduría las abstracciones voluntaristas teóricas con las realidades empíricas prácticas.