El pasado 13 de septiembre, en el estadio de Argentinos Juniors, Máximo Kirchner, el hijo de la Señora K, realizó su primer discurso público en un acto político masivo. El inédito acontecimiento acaparó las portadas de los diarios tanto en el país vecino como en varios otros países, como España y Chile.
No era para menos: el primogénito de dos presidentes que gobernaron consecutivamente se asomaba por vez primera a la arena política pública. Todo lo anterior, inédito.
Su discurso tuvo un mensaje nítido: la dinastía K estaba ahí para quedarse y prolongarse. Muchos vieron esa simbólica actividad sabatina como el hito inaugural de la carrera electoral de Máximo.
Reconozco que me dio un poco de envidia. Por tonterías mías. Desde chico he cometido el error de compararme con los argentinos. Y en varios aspectos me ha ido mal: no hemos llegado a tener un Maradona o un Messi, nunca un asado me ha quedado como los que he comido en Buenos Aires o Uspallata, y jamás me he divertido tanto como cuando sigo la actualidad política trasandina. Nuestros dirigentes —pese a que algunos lo intentan con ganas— no han llegado ni cerca del surrealismo que he observado al otro lado de la cordillera.
Porque no me digan que no es delirante que un presidente se las arregle para hacer elegir a su cónyuge como sucesora y que luego esta promueva al hijo de ambos para que siga los mismos pasos; todo de corrido, non stop.
Así estaba yo, lamentándome de lo fome que puede ser nuestra vida cotidiana, cuando se anunció que Sebastián Dávalos Bachelet sería el acompañante oficial de la Presidenta en la inauguración de las fondas de Fiestas Patrias.
Yo había apostado a que Michelle Bachelet invitaría a Peñailillo (su “delfín”), o a Elizalde (su “tiburón”), o a Arenas (su “cachalote”), o por último a Eyzaguirre (su “Nemo”). ¿Pero ir con su hijo Sebastián? Francamente no se me había ocurrido.
Y me sorprendió para bien. Porque si darle un cargo de beneficencia social —con oficina en La Moneda—, que es pura popularidad y buena prensa, y luego llevarlo de coprotagonista a la más simpática de las actividades públicas (como es inaugurar las Fiestas Patrias) tiene como objetivo posicionarlo electoralmente, creo que es una gran idea.
Por un lado, resuelve ya, con anticipación, la definición presidencial de la Nueva Mayoría, que se venía sangrienta.
La pugna entre Lagos Weber, Tohá, Girardi, ME-O, Velasco, Walker, Rincón, Vallejo y Fulvio iba a ser de las peores de la historia. En cambio, con Sebastián Dávalos de candidato se resuelve todo eso y la coalición se ordena detrás suyo.
Y por otro lado nos permite pararnos al lado de los argentinos haciéndoles ver que nosotros también podemos hacer jugadas espectaculares en política; lograríamos que la primera y única mujer Presidenta de la historia, además reelecta, instalase como sucesor a su primogénito, prolongando el linaje. Por si esto fuese poco, ella podría suceder a su hijo en el cargo, y luego él a ella, y así, hasta que el Señor los llame a Su presencia.
Impresionante.
Por eso, si Máximo intentará recibir de las manos de su madre la banda presidencial, lo mínimo es que acá, al menos, se intente lo mismo. Que no se note pobreza. Menos frente a nuestros hermanos argentinos. Y que viva Chile “mialma”.