Providencia ha congelado los permisos de edificación en siete barrios emblemáticos. ¿Qué significa esto? Para algunos, la respuesta es muy sencilla: se trata de otro embate socialista de la alcaldesa Josefa Errázuriz. Parece que no entiende que uno puede hacer con su terreno lo que quiera. Con su medida introduce un sutil mecanismo expropiatorio, que viene a limitar severamente el ejercicio del sagrado derecho de propiedad. Además, ¿no necesita Santiago precisamente lo contrario? La densificación evita que la ciudad se extienda hasta el infinito; permite que los precios de los departamentos bajen de las nubes y se pongan al alcance del ciudadano corriente.
Si esto es verdad, el hecho de limitar la construcción en altura en barrios típicos terminará siendo contraproducente. Por fortuna, este temor es infundado, fruto de un modo de pensar que aplica a la ciudad categorías que son, en el mejor de los casos, válidas en otras esferas de la vida social.
La ciudad era, es y seguirá siendo un problema político central. En ella vivimos y en ella se dan problemas políticos tan fundamentales como la contaminación ambiental o la inseguridad de las calles. Todos estamos de acuerdo en que una república no puede dejar que los jueces, parlamentarios, presidentes o banqueros hagan lo que se les ocurra. Y sin embargo no nos alarma que las ciudades crezcan de cualquier manera, ni nos afecta el ver una casa mediterránea al lado de otra que parece sacada de “Lo que el viento se llevó”, junto con una mansión de estilo francés, o calles con palmeras (reales o de compañías telefónicas) junto con encinas, espinos y centenares de inmensas paletas publicitarias, en una mezcolanza que parece sacada de nuestro Mercado Persa.
Los problemas de la ciudad no se resuelven con solo criterios privados, porque ella es una obra común. Un piso más o un piso menos de altura no afectan simplemente al habitante de un edificio, sino a millones de personas. ¿A quién se le ocurrió que los lustrines que hace algunas décadas se construyeron en torno a Escuela Militar son un problema meramente privado?
Es más, los edificios en un barrio típico afectan incluso a las generaciones futuras. Por eso, también ellas tienen algo que decir, a través de las autoridades que, de algún modo, las representan. Tampoco hace falta llamarse Warnken para advertir que la ciudad es una obra de siglos y que, por eso, no es cuestión de arrasar lo que ha costado tanto tiempo construir.
La preocupación por la ciudad incluye no solo el tamaño y la apariencia de los edificios y las casas. Una ciudad se compone también de espacios libres, que son tan importantes como los silencios en la música. De ahí la importancia de las plazas y los parques, que no deberían ser un privilegio de las zonas acomodadas.
Como un parque no se improvisa ni está al alcance de cualquiera, es necesario estimular la generosidad de los mecenas. Fue una pésima idea la de cambiar el nombre del Parque Cousiño por el de Parque O’Higgins. ¿Quién se animará a hacer una donación semejante en el futuro si terminará llevando un nombre ajeno? El Padre de la Patria se sentiría avergonzado si supiera que han puesto su nombre al parque que el ciudadano Luis Cousiño preparó para embellecer su ciudad. Probablemente sería el primero en pedir que se ponga fin a ese abuso.
La teoría política nació en Grecia como una reflexión sobre la ciudad. Hoy, en cambio, sería un verdadero hallazgo encontrar un capítulo sobre la ciudad en un manual de ciencia política. En las universidades, es una materia que queda reservada al derecho urbanístico (cuando existe) y a un par de ramos en las facultades de arquitectura.
Detrás de este desprecio teórico por la ciudad, que contribuye a su maltrato práctico, hay toda una concepción de la política. Al menos desde Maquiavelo, la política no tiene que ver con la ciudad, sino con el poder, lo que ha relegado a la ciudad a un lugar secundario. Además, el liberalismo nos ha hecho pensar que la solución de los problemas de la ciudad se encuentra en el Código Civil. Por eso, cuando Josefa propone algo distinto muchos reaccionan alarmados.
En la rebelión de Providencia no hay que ver socialismo, sino la preocupación por las condiciones de nuestra existencia común. No es socialismo, es política.