Tras décadas de un desarrollo urbano frustrante por culpa de instrumentos de planificación que no han representado las más elementales aspiraciones del habitante, este comienza a manifestarse con fuerza por el reemplazo de dichos instrumentos. Es que desarrollo urbano es mucho más que crear oportunidades de negocio y sostener la economía: significa tener mejores ciudades.
En muchas comunas de Chile se debate hoy la necesidad de reformular -y en algunos casos, tener- un plan regulador. Su propósito es normar los usos del suelo, los tipos de edificación y las redes viales del territorio con el objeto de promover el bienestar de sus habitantes. Hoy más que nunca este desarrollo debe fundamentarse en los principios de sustentabilidad e igualdad de oportunidades; es decir, que sea posible, duradero y que no discrimine en sus beneficios. Sin embargo, aun si la comunidad lograra con éxito preservar su carácter físico y perceptual gracias a la acción decidida de sus autoridades, de poco serviría si la ciudadanía no está involucrada desde el inicio en la toma de decisiones que afectan el destino del lugar que habita.
La renovación urbana contemporánea se hace a partir de lo existente, mejorando, poniendo al día, interviniendo con cuidado, promoviendo inteligentemente, pero rara vez destruyendo y reemplazando al azar. La renovación urbana contemporánea hace enormes esfuerzos por reconstruir y recuperar la identidad perdida a causa de guerras, cataclismos o simple ignorancia, y lo hace junto al habitante. Mediante acciones proactivas, los gobiernos en cada nivel acercan las decisiones a sus habitantes, promoviendo un sentido de orgullo cívico, de pertenencia y solidaridad. Para ello no bastan los mecanismos convencionales de representación política, como es la elección de autoridades, sino que deben ponerse en acción procesos efectivos de participación ciudadana.
He aquí el concepto que puede devolver a las ciudades chilenas toda su potencia y su gloria: la misma forma de democracia que ennoblece a las grandes urbes del mundo desde los tiempos de Pericles. Una actitud inequívoca por parte de quienes ostentan el poder de decisión para establecer, a pesar de todos los inconvenientes imaginables, un vínculo orgánico entre sociedad y ciudad, y cuyos mecanismos fundamentales son el debate público y el concurso abierto promovidos por la propia autoridad. Recién cuando la ciudadanía perciba su propia influencia en la conformación de la ciudad, en su administración y su paisaje, podrá apropiarse de ella, y es entonces cuando las aspiraciones más elementales -bienestar, armonía, convivencia, belleza- podrán, finalmente, realizarse.