Un placer culinario que sobrevive en Santiago, donde llegan alcaldes nuevos y se van edificios viejos, donde salen del cascarón mil chefecitos mientras mueren mil buenos platos, es volver a Le Flaubert, que mantiene el mismo estilo, básicamente los mismos buenos platos, y el mismo local. Restorán para comer bien, no para mirar y ser mirado. ¡Bendita sea!: el "beau monde" (culinariamente ignaro) prefiere lugares ultra nuevos y se desorienta cuando baja de Estoril.

Partimos con una agradable ensalada Austral ($5.200): salmón en cubos, espárragos, palmitos y lechuga, todo adecuadamente aliñado (disponible también un aliño francés con mostaza; no lo use: mata el pescado). Es una de 4 ensaladas de la carta: no son enormes, pero dejan con la sensación de haber comido algo sustancial.

Los fondos incluyen carne de vaca, de cordero, el muy buen confit de pato, que hemos probado otras veces, y algunos pescados y mariscos. Esta vez elegimos una corvina Flaubert ($9.800, el precio más caro de la carta): un trozo de adecuado tamaño, cocido a punto, cubierto con salsa (al estilo tradicional; no depositado sobre ella) muy delicada de trocitos de palta y tomate.

Probamos también una crema de puerros ($4.600), discreta, con dos observaciones: simpático el pocillo, pero chico; y el mouli-légumes fue insuficiente: se advertían algunas hilachas indeseables.

El otro fondo fue un ragoût de cordero ($8.900) que nos dejó pensativos. Una de las bondades de este buen restorán es la sencillez de sus platos, sin elementos de más, sin alardes decorativos, ajenos a experiencias "naso-óculo-linguales". Pero, decían los griegos, "la virtud está en el medio"; viva la sencillez, pero mueran la exageración, por un lado, y la fomedad, por el otro. Encontramos que nuestro "ragoût" se acercaba demasiado al extremo fome, igual que el "arroz al curry" que lo acompañaba: no es que uno venga aquí a que lo "epaten"; pero un arroz para este plato, que tiene alguna reminiscencia norafricana, querría más elementos, como algunas pasas o frutos secos, qué sé yo. Y lo mismo habría que decir de la "papa pará" que llegó con la corvina: unas papas fritas crujientes al hilo o en reja o en alguna otra forma hubieran sido más interesantes, más entretenidas, sin constituir una excentricidad.

La lista de postres reconforta, por la gran presencia de postres chilenos. Optamos por una tradicional sopa caliente de chocolate con cubos de helado de almendra ($4.600), cuyo chocolate se hubiera beneficiado con canela o vainilla, y un correcto parfait de manjar con nuez ($2.800).

Lista de vinos, sencilla y adecuada. Servicio, atento, informado. Carta, como siempre, sensatamente escrita en pizarras. Estacionamiento en Providencia. Buenos precios para una cocina cuidada. Solamente recordemos de nuevo: "la virtud está en el medio". Un poco más de brillo no dañaría aquí en absoluto.

Orrego Luco 125, Providencia.