Cuando se postuló como candidato a la Presidencia, más de seis años atrás, Barack Obama se posicionó como el candidato de los estadounidenses que estaban cansados de las guerras interminables en Medio Oriente. Después de las invasiones en Irak y Afganistán, con un costo enorme en vidas y dinero, Obama prometía regresar las tropas a casa. Años después, estaba camino de lograrlo, ya que pocos efectivos aún quedan en los dos países, y ha ido poco a poco reemplazando las guerras que heredó con ataques aislados a las células y líderes de Al Qaeda que perduran.
Pero entonces surgió una nueva amenaza, el autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, hoy Estado Islámico, EI), un grupo de corte fundamentalista sunita, que busca establecer su hegemonía en Irak, Siria y, en teoría, Líbano, y Obama poco a poco ha ido dando vuelta a sus promesas de extraer al país de los conflictos en la región. Hace unos días, en un discurso nacional se comprometió a golpear a este nuevo grupo y eventualmente destruirlo, y ordenó acelerar los ataques aéreos en Irak e iniciar operativos en Siria también.
Su decisión tiene dos fundamentos. Primero, el EI es un grupo con orígenes en Al Qaeda en Irak, y si bien está más centrado en consolidar territorio en tierras árabes que organizar ataques contra EE.UU., el asesinato de dos periodistas estadounidenses puso en evidencia que podría volverse una amenaza hacia ese país. Segundo, el EI ha puesto en peligro el gobierno de Irak, y si bien Obama nunca apoyó la guerra que libró su antecesor ahí, tampoco quisiera que Irak cayera en manos de un régimen autocrático después de tantas vidas perdidas. Ahora él promete que la campaña no requerirá muchas tropas, pero estos compromisos se expanden con el tiempo.
Obama es, en realidad, un guerrero sin ganas. Los presidentes recientes de EE.UU., desde Ronald Reagan hasta George W. Bush, e incluyendo a Bill Clinton, tenían un concepto expansivo del poder estadounidense en temas globales. Con distintos matices y prioridades, todos querían un país fuerte que intervenía en temas mundiales para arreglar problemas y dirimir diferencias. Reagan usó ese poder para enfrentar a la Unión Soviética; George H.W. Bush (padre) para reorganizar el sistema global; Clinton para intervenir en la ex Yugoslavia, y Bush hijo para sus operaciones en Irak y Afganistán.
Obama, en cambio, tiene un concepto del poder estadounidense mucho más restrictivo y limitado. Concibe el país como un actor entre muchos en un mundo cada vez más multipolar, en que Washington debe actuar a través de instituciones multilaterales o en coaliciones amplias en que otros dan el liderazgo principal. Esta visión del mundo es producto de su trayectoria personal, creciendo entre Hawai e Indonesia, su tendencia natural a la cautela y una apreciación probablemente realista de los cambios en el escenario internacional, en que EE.UU. sigue siendo el poder más influyente pero con menos distancia de otros países.
Ahora viene un cambio de opinión, pero lo hace a regañadientes y contra sus instintos. Sabe que tiene que responder, pero teme volverse cautivo de la guerra como los últimos presidentes del país. Promete dar golpes solo en unión con una coalición de otros países, pero nadie duda que esta será un operativo organizado y dirigido por Washington. Obama se prepara para la guerra, pero lo hace sobriamente, sin ganas ni bravura, y temeroso de hasta dónde nos puede llevar.
Andrew Selee
El Universal
México
Andrew Selee es vicepresidente ejecutivo del Woodrow Wilson Center.