Todo indica que el machi Celestino Córdova, condenado por el asesinato del matrimonio Luchsinger-Mackay en La Araucanía, y el intendente de dicha región, Francisco Huenchumilla, están con los apellidos cambiados. El agresor que busca la expulsión en ese territorio del 'invasor chileno' lleva un apellido tan antiguo como la conquista árabe en España, mientras que la autoridad que representa al Estado de Chile en dicha zona se entronca con las familias más antiguas del mundo mapuche.
Este alcance de apellidos entre dos figuras de la región en conflicto recuerda una realidad social y cultural que por muy evidente pasa a veces inadvertida: el profundo arraigo del mestizaje en nuestra sociedad, que a estas alturas hace muy difícil diferenciar a los distintos componentes étnicos que dieron origen a nuestra nación. Si bien en un principio los mestizos constituyeron una realidad biológica, pero no una etnia aparte, y tendieron a seguir los patrones de comportamiento de los grupos de origen, muy tempranamente se produjo un intercambio de elementos culturales entre aborígenes y conquistadores a través de los mestizos-blancos y los mestizos-indios. Esto hizo que surgiera una realidad intercultural que hoy día es indesmentible y que se manifiesta a diario en nuestro comportamiento, desde el uso en nuestro lenguaje español de múltiples palabras provenientes de los pueblos aborígenes hasta costumbres sociales muy arraigadas, que hacen del mestizaje una realidad social prácticamente indiferenciada.
El cruce entre el indio y el español en Chile, producido entre los siglos XVI y XVII, tuvo características que lo diferencian del de otras áreas de América, debido a la misma guerra de Arauco. Esta obligó a la corona española a fijar un sistema de defensa, especialmente a partir del año 1609, consistente en un ejército profesional, que motivó la llegada al país de más de mil hombres europeos, solteros, que se instalaron en la frontera en forma permanente. Esta política, ideada por el gobernador Alonso de Rivera, uno de los forjadores de Chile, según nuestros historiadores, derivó en un intercambio con el mundo mapuche "violento y amoroso", que fue dando forma a una nueva realidad demográfica, que terminó prevaleciendo casi sin contrapeso. Este intercambio se hizo aun más profundo toda vez que finalizado el siglo XVI, el número de mestizos ya cuadruplicaba al de europeos, producto de la descendencia de los primeros conquistadores en medio de una población aborigen decreciente. En esta mezcla racial no estuvo exento un pequeño aporte negro, con la llegada en el siglo XVII de esclavos africanos.
Como en pocas regiones de nuestro continente, el pueblo chileno mantiene en sus genes un equilibrio casi perfecto entre sangre europea y aborigen según investigaciones recientes. Córdova y Huenchumilla son descendientes de este gran cruce germinal de nuestra historia.
Daniel Swinburn