Lo que decimos, actuamos, pensamos es solo una parte de lo que somos en realidad. Ese misterio, que también podemos llamar el inconsciente, es parte de nosotros. Nos guste o no, así es. Y, es por lo tanto, parte de los otros. De todos los otros con los que nos relacionamos.
Cuando nos juzgamos o calificamos a los demás, lo hacemos con frecuencia como si no existiera otro mundo misterioso en nosotros y en los otros. Ese mundo sin palabras, que determina tantas de nuestras acciones, podría incorporarse a nuestros juicios. La vida sería más justa y más entretenida.
Alguien es un mentiroso, yo soy una floja, tú eres un cobarde. Sí. Lo que es nuestra identidad pública es muy importante porque es lo que nos hace confiables, predecibles, lo que nos da identidad. Pero en las relaciones más cercanas no basta. La intimidad se pierde cuando solo nos quedamos en ese nivel de relación.
Hacerse preguntas sobre el otro es una buena manera de detener el juicio fácil y obvio y tratar de imaginar qué le pasará al otro que actúa de tal o cual manera. ¿Y si no fuera un mentiroso sino que guardara un gran secreto y tuviera mucho miedo? ¿Y si no fuera floja, sino que tal vez está entristecida o deprimida? ¿Y si no fuera cobarde como parece y tuviera algún miedo que desconozco? Junto con hacernos la pregunta se abre un mundo de nuevas posibilidades. Nuevas interpretaciones, nuevas realidades.
El misterio no está de moda, nos asusta, en vez de motivarnos. La realidad aparente es lo que queremos, porque nos da la ilusión de la certeza.
Invito a recrear la mente con nuevas interpretaciones sobre nosotros y los otros. Tal vez nos volvamos más poetas y menos jueces.