Leer o ver las noticias, además de deprimir a cualquiera que sea razonablemente pacífico, no puede menos que causar horror. Ucrania, la franja de Gaza, Irak, aviones derribados, niños muertos o heridos. Ver a los niños inocentes víctimas de la ceguera y la estupidez de los adultos produce, además de dolor y rabia, una suerte de impotencia y desazón difícil de explicar. Pareciera que en vez de buscar soluciones, los que ostentan el poder se introducen en una escalada simétrica de la agresión, que más vale no imaginar en qué puede terminar. La venganza pareciera ser el tema central.
Gandhi sostuvo alguna vez: "Ojo por ojo y el mundo quedará ciego". Da la impresión de que la historia no nos ha enseñado nada, especialmente ahora que cumplimos 100 años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, y seguimos intentando resolver nuestras diferencias a través de conflictos armados. Se hace tan poco por buscar la paz. Las luchas del pasado se reeditan y se aplica en forma implacable la Ley del Talión.
En este contexto, resulta interesante leer el maravilloso libro de Franz-Olivier Giesbert "La cocinera de Himmler" en que la protagonista parte relatando desde su mirada de niña, cómo en la masacre del pueblo Armenio en 1915 se extrañaba de que su padre y un vecino musulmán se hubieran distanciado. Relata textualmente: "Cuando le pregunté a mamá por qué se habían dejado de hablar, meneó la cabeza con seriedad, diciendo: son cosas tan estúpidas que los niños no pueden entenderlas". Y así nos pasa con los conflictos actuales, que son inentendibles para los niños.
De allí parte el relato de sus dolorosas experiencias como niña abusada, pero también de sus vivencias con las buenas personas, que la acogieron, le abrieron el mundo de la cultura y le entregaron sus recetas. El autor, a través de Rose, la protagonista, entrega una visión pesimista de la historia con la cual no resulta difícil concordar. Este escritor nació en Estados Unidos, pero vive desde los tres años en Francia, donde es considerado una de las figuras intelectuales de mayor relevancia. Plantea más adelante en su novela: "En casa de los Lempereur viví entre los 11 y los 17 años las suaves estaciones de la felicidad, en las que un día precede a otro pero nada cambia y todo vuelve a su sitio, las golondrinas en el cielo, las ovejas en el redil, la polvareda en el horizonte, mientras una mezcla de alegría y embriaguez te invade solo con respirar. (...) Toda esa embriaguez dentro de mí me daba miedo. La experiencia me había enseñado que nunca dura. Cuando todo va bien, la Historia viene a estropearlo".
Y es que la historia parece ser más que la construcción de las civilizaciones, una lucha por el dominio, por los territorios, en que el que piensa diferente es un enemigo que hay que eliminar y lamentablemente ese es el mensaje que va a ir quedando a las nuevas generaciones, salvo que tomemos conciencia de la locura y la crueldad que las guerras significan.